El padre

Crítica de Denise Pieniazek - Puesta en escena

"Compartimentos mentales"
Por Denise Pieniazek
El padre (The Father, 2020), luego de haber obtenido dos premios Oscars a Mejor guión adaptado -Florian Zeller y Christopher Hampton-y a Mejor actor protagónico -Anthony Hopkins-, la película llegó finalmente a las salas argentinas. El padre es una transposición de la obra de teatro homónima (2012) de Zeller, quien debuta aquí como director cinematográfico. Sin embargo, no es la primera adaptación audiovisual que se realiza de su obra, previamente se realizó otra versión titulada Floride (2015) dirigida por Philippe Le Guay. Retomando el filme en cuestión, El padre (2020) es un drama psicológico que tiene la delicadeza y originalidad de narrar la acción a partir del punto de vista de un hombre mayor, a través del cual el espectador deberá descubrir si padece algún tipo de demencia senil, o si es su entorno quien desea perjudicarlo.

La audacia del relato también se enfatiza al utilizar como poética los fragmentos, lo que es propio del aparente tambaleo en la memoria del protagonista. Es decir, que la estructura “episódica” del relato evidencia una reciprocidad entre forma y contenido, o sea, que hay una correspondencia entre lo qué se expresa y cómo se expresa, como así también mantiene la estructura del lenguaje teatral. El protagonista llamado Anthony, igual que su intérprete el reconocido Anthony Hopkins -quien nos conmoverá profundamente mediante una actuación sublime en el sentido más kantiano de la palabra- no logra congeniar a largo plazo con las empleadas que su hija contrata para que lo asistan, en una situación que se torna cada vez más compleja para ambos, pues ella lo visita todos los días. Incluso esto último, es esbozado metafóricamente desde el inicio de la película, la cual está colmada de este tipo de recursos poéticos, allí vemos a Anne su hija (Olivia Colman) caminar por la calle en un camino recto en el que la cámara la acompaña, al llegar a destino este trayecto parece enroscarse al ingresar al edificio, hasta llegar a ver a su padre. Como así también la escultura gigante de la cabeza fragmentada que se observa en una escena de exteriores.

En este departamento que es bastante grande y posee pasillos extensos (lo cual resulta llamativo para un hombre longevo solo) ambientado con tonos ocres y amarronados, él todavía se siente con poder para decidir sobre su vida. A medida que avance el relato, esta situación se irá revirtiendo, incluso la sutileza del cambio cromático en el vestuario y el decorado -que genera ese efecto de loop constante- se teñirá de los ocres en degrade a los celestes y azulados. Es decir, que puede interpretarse desde la simbología del color, que los tonos ocres y verdosos representan lo terrenal, la lucidez mientras que el pasaje hacia el croma de los azules encarnan el vacío, el pasaje hacia lo celestial. De igual modo, el espacio se irá cerrando sobre sí mismo, como expresión del padecer del protagonista, su confusión y encierro.La puesta en escena evidencia que hay una elección consiente en no ubicar completamente al espectador en tiempo y espacio (solo un espectador muy atento podrá distinguir las sutiles diferencias), con el objetivo de hacer sentir en carne propia al público el estado de confusión de Anthony. La construcción de El padre, desde la ocularización, es decir desde el punto de vista de Anthony, produce un relato fragmentario que permite que el espectador profese empatía con el sentir del personaje y entienda su “estado de confusión” y sus alteraciones, enfatizadas además por el talento actoral de Hopkins en su dicción y sus genuinas expresiones faciales.

Mediante un desenlace que casi clausura la interpretación de la película, en contraposición de la anterior audacia de su narrativa desconcertante, entre los destellos de lucidez y los tintes paranoicos, el linde entre la realidad y la memoria y la fantasía o un recuerdo confuso, comienza a hacerse nítido. Al final Anthony pronuncia: “Siento como si estoy perdiendo mis hojas. Las ramas, el viento la lluvia.”, como recurso poético que asemeja la vida humana a un árbol. Reforzando el sentido de obsesión del protagonista con su reloj de pulsera, el deseo de aferrarse al tiempo, al pulso que marca el tiempo desde su muñeca, en un “mundo que sigue girando” y en el que lo abruma la angustia. Todo tiene un perfecto sentido, tal como generalmente se suele mencionar que, estando próximos a la muerte, recordamos de forma fragmentaria algunos sucesos de nuestra vida. Por último, todo lo expresado anteriormente es tan sólo un esbozo, es muy difícil poder transmitir en palabras lo que El padre representa con excelencia, para poder contemplarlo deben ver este filme imperdible y conmovedor.