El otro hijo

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Yo soy lo que quiero

Un israelí y un palestino son entregados a padres equivocados, y 18 años después surge la verdad. Pero ¿cuál es la verdad?

Muchas más preguntas que respuestas trae El otro hijo, que puede transcurrir en Tel Aviv, pero la universalidad de lo que plantea va más allá de fronteras delineadas por los poderes políticos.

Un israelí, Joseph (Jules Sitruk) y un palestino, Yacine (Mehdi Dehbi), nacidos durante la Guerra del Golfo, fueron entregados equivocadamente a sus familias durante un bombardeo en Haifa.

De esto no se notifican hasta que Joseph quiere alistarse en el Ejército, donde su padre es coronel. Hay un “problema” con el factor de la sangre. Y si de entrada se presume que la madre (la francesa Emmanuelle Devos) pudo haber sido infiel, la realidad, se dijo, es otra.

La película de la también francesa Lorraine Lévy lo primero que se propone es si uno es hijo de alguien por una cuestión meramente genética, o si la crianza es lo que consolida los lazos.

A medida que se desarrolle el argumento, los temores de todos los padres, los hijos y los hermanos irán cediendo. Pero el costado político no es soslayado, en una tierra en la que unos y otros se sienten invadidos y/o segregados.

“Los grandes sacrificios son para los grandes hombres”, se dice muy confiadamente, como si no pudiera haber equívoco. Más auténtico e irrefutable es lo que dice Yacine: “Yo soy lo que soy y lo que quiero”.

Controvertida, la trama está tamizada por una ternura que aflora primero por los personajes femeninos. Son las madres -Areen Omari compone a la palestina, y suele robarse las escenas- quienes saben, sienten qué es lo que está pasando e intuyen cómo se resolverá, ante la posición rígida y negativa de los padres. La directora es bastante directa en la manera de expresar sentimientos -no da rodeos si va a promover la lágrima; tampoco si va a estallar el conflicto religioso, o lo que fuera-, pero una sola vez apela a la metáfora en imágenes.

Sentada, recostada muy tranquilamente en la arena, Orith (Devos, maravillosa como en la inminente El tiempo de los amantes) casi ni observa la bravura con la que arrecian las olas a su alrededor. Es una anécdota, pero de ésas que pintan bien un relato, una película.