El otro hijo

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Historia familiar y horror

Macro y microhistoria tomando como centro el conflicto israelí-palestino y a dos familias en pugna. El otro hijo escarba en una tragedia, ocurrida durante la guerra del Golfo: los análisis de sangre y el posterior ADN del adolescente Joseph, quien vive con sus padres en Tel Aviv, confirman que es hijo de un matrimonio palestino, en tanto, el "otro", Yacine, también descubre que sus vástagos no son quienes están junto a él.

Con semejante historia, proclive al énfasis y al relato bienpensante, la directora Lorraine Lévy, divide el relato de acuerdo a la repercusión del conflicto íntimo: por un lado, los padres no comprenden la situación, pertrechados en su enojo hacia el otro y comprometidos ambos con el eterno odio entre judíos y palestinos. Las madres, por su parte, no olvidan su rol y pese a los reniegos de sus esposos, observan el conflicto familiar desde su lugar de mujeres protectoras y comprensivas. Finalmente, los dos hijos miran al futuro intentando olvidar el contexto (el público, pero también el privado), construyendo una amistad impensada para el entorno. Pero hay un cuarto eje dentro del relato: ese paisaje que controla y corroe, donde cualquiera es sospechoso y necesita identificarse ya que la muerte parece estar a la vuelta de la esquina.
Dentro de las pretensiones humanistas de la historia, la película gana y pierde según sus ambiciones. El paisaje oprime y moldea a cada uno de los personajes y allí es donde El otro hijo triunfa en credibilidad, al escaparse del clisé y de las frases declamatorias. En oposición, la tipología de los personajes –en especial, las figuras masculinas– no sale de un esquema previsible sin espacio para el interrogante. En medio de todo esto, la Historia se impone otra vez, cercenando y oprimiendo el día después de sus inocentes y jóvenes protagonistas.