El mundo entero

Crítica de Eduardo Elechiguerra Rodríguez - A Sala Llena

Por lo menos tres contradicciones técnicas hacen de El mundo entero (2020) una obra tan irregular como fascinante es su personaje central Francisco Piria (1847-1933).

La película de Sebastián Martínez muestra las diversas perspectivas de este “empresario” a partir del balneario Piriápolis, su obra cumbre. Como si se tratara de un coleccionista mostrando sus logros en breves episodios, una réplica en miniatura de sus creaciones precede cada segmento.

En este recorrido se pretende que la voz narradora del propio Martínez no sea omnisciente. Ella acompaña las imágenes junto con las voces de los entrevistados. Luego ya avanzada la película los conocedores aparecen en escena.

Con estas voces más estudiadas se nos muestra quién era Piria. Su formación como alquimista, comerciante estrafalario, dueño de un periódico y escritor crea un caleidoscopio de tantas máscaras como nombres tenía*. La interrupción constante del material de archivo con imágenes actuales y las reflexiones de los historiadores nos invitan a dudar de estos conocimientos como documento único. Ejemplo de esta duda es presentar los hechos de forma no cronológica.

A Martínez y la coguionista Valeria Groisman tampoco les basta con solo mostrar las excentricidades de Piria. Construyó un castillo, dos hoteles y un ferrocarril. Además tuvo una cantera que producía 120 mil adoquines al año y una bodega que proveía 360 mil litros de vino anual. Como señala una entrevistada, si este hombre perdía el tiempo era fracasando pero para lograr lo deseado.

Varias de estas entrevistas incluyen instantes donde quienes hablan en escena todavía no están preparados para “expresarse con propiedad”. Por momentos este simple sabotaje a lo confiable de la voz conocedora le brinda a la obra cierto carácter informal.

El problema viene desde el comienzo cuando la banda sonora resalta la búsqueda alquímica de Piria con sorpresas y sentidos ya articulados por el narrador o presentes en la imagen. Su uso redundante entonces no da lugar a la parte invisible con la que vinculan la alquimia tan promulgada por el fundador uruguayo. Los efectos sonoros buscan evocar cierto misticismo y en dos ocasiones el narrador habla mientras se nos muestran en escena líneas que se supone deberíamos leer.

Además, frente a la grandilocuencia de tomas áreas, cortes abruptos y movimientos de cámara repetitivos, la dualidad alquímica queda relegada a encuadres cuidadosos y una atención a la perspectiva femenina de esta vida ejemplar. De esta manera, la firmeza en las palabras de la arquitecta Marcela Nacarate o los silencios de la tataranieta de Piria son aprovechados a modo de intuiciones fiables. Lo dicho por ellas se sustenta con los recorridos geográficos por Piriápolis.

Se trata de intuiciones frente a esta vida un tanto misteriosa. Pero es así como el realizador muestra sus claroscuros. Por esa misma razón de recordarnos las piezas faltantes, el exceso de recursos termina mellando los momentos más relajados de la obra. Con su cuarto documental, Martínez nos explica con reiteraciones narrativas y técnicas a un hombre enfocado en sus búsquedas. En el camino, su acercamiento grandilocuente olvida brindar más espacio a los descuidos de esta imaginación insaciable, aunque haya atisbos de incluirlos.