Él me nombró Malala

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Malala Yousafzai, documentada

Davis Guggenheim es uno de los pocos documentalistas que logran que sus trabajos tengan una amplia distribución internacional. Lo consiguió con La verdad incómoda (sobre el calentamiento global), con Esperando a Superman (sobre la educación pública) y, en menor medida, con A todo volumen (su mejor película, dedicada a tres famosos guitarristas como The Edge, Jimmy Page y Jack White). En Él me nombró Malala regresa a los temas importantes y a la seguridad de la corrección política con este retrato de Malala Yousafzai, la adolescente paquistaní que, con apenas 17 años, ganó el Premio Nobel de la Paz en 2014 por su lucha contra los talibanes.

Guggenheim siguió durante un año y medio los pasos de Malala y su familia (se centra sobre todo en la relación con su padre y mentor) mientras ella se instala en Gran Bretaña, va a clases, presenta su best seller Yo soy Malala o concurre a los medios a hablar de la problemática de millones de niñas de todo el mundo que son privadas de su derecho a concurrir a la escuela por los dictados de fanáticos religiosos.

De forma paralela, el realizador va reconstruyendo, mediante testimonios, animaciones y material de archivo, la historia de Paquistán (su enfrentamiento con los británicos) y el pasado de la propia Malala, que en 2012 estuvo a punto de morir tras recibir un balazo en la cabeza en un ataque perpetrado por extremistas talibanes en el valle de Swat, su región natal y eje de su activismo.

La película pocas veces excede los límites del documental laudatorio (del tributo) con ánimo concientizador. Sólo en aquellos momentos en que se insinúan ciertos problemas de sociabilidad de Malala en la secundaria de Birmingham ("todas ya tienen novio", admite ella) o se incluyen los testimonios de unos vecinos de su pueblo que la acusan de haberse vendido a Occidente, el film adquiere algo de matices, tensión y carnadura. El resto, claro, es pura denuncia bienintencionada.