El lugar de la desaparición

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

El prolífico Martín Farina mixtura en esta nueva propuesta recursos propios del cine experimental, pero con una base que tiene que ver con la dinámica interna, los diferencias generacionales, las miserias íntimas y los secretos y mentiras de una familia, los Markus, muy cercana a la suya (la de su madre).

En verdad esta segunda parte de la trilogía está dividida en dos partes muy distintas. La primera -más abstracta y arriesgada desde lo formal- apuesta al patchwork visual, al collage, a un rompecabezas donde los elementos (home movies de 2001, imágenes de 2017, sonidos, diálogos) se presentan de forma muchas veces disociadas, asincrónicas. Se entiende que hay un patriarca, Zalmon, ya anciano y con problemas de salud, y sus familiares (Silvia, Dina, Pablo, Miriam y Guillermo) con diferencias respecto de qué hacer con la herencia, la posibilidad de ampliar o directamente vender la casa. Sin embargo, en esa media hora (la película dura poco más de una) el énfasis parece puesto más en la forma que en el contenido.

En mitad del film aparecen los títulos (que ya no son iniciales sino “intermedios”) y luego sí una segunda mitad que -sin perder algunas búsquedas arriesgadas en términos visuales- se dedica a hacer más explícitas las diferencias, las negociaciones entre los hermanos Zalmon. La mirada es un poco cruel, ya que todo se hace a espaldas de alguien que -ya cerca de los 90 años- no tiene voz ni voto. También hay algo un poco obsceno en exponer (el director) y dejar exponer (los protagonistas) miserias (sobre todo ligadas al dinero) y conflictos tan íntimos. Una voz que a cada rato intenta explicar los comportamientos y los vínculos en términos psicologistas tampoco termina de funcionar del todo.

En sus mejores momentos, El lugar de la desaparición tiene algo de la visceralidad y la audacia de Tarnation, de Jonathan Caouette; en otros, en cambio, cede a la tentación de caer en cierto patetismo a la hora de mostrar las negaciones y las bajadas de línea de esos integrantes de la familia dispuestos a tapar todo lo que sea necesario (la basura debajo de la alfombra) con tal de que la “felicidad y la armonía” luzcan inmaculadas.