El libro de la vida

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Tradición mexicana y almas animadas

Una película verdaderamente animada: no sólo por sus técnicas de animación sino además porque está llena de ánimas (almas). Una película que hace de las tradiciones mexicanas su centro para, a partir de ahí, apuntar al modo mainstream de la aventura para todo público. Una película que ofrece un despliegue visual impactante y un menú de canciones no menos atractivo (más el agregado de la música del argentino -o argenmex- Gustavo Santaolalla). Una película grande, una verdadera presentación global de cultura mexicana en envase de Hollywood. No es casualidad que los afiches lleven como sponsor la marca oficial de turismo "Visite México". A partir de todo lo antedicho, El libro de la vida podía ser un gran fiasco, una película hecha para que unos cuantos personajes gritaran "¡Qué viva México!" mientras se sucedían unas peripecias ruidosas y superficiales. Había miedo de nacionalismo declamatorio en envase grande. Pero no, el director y guionista Jorge Gutiérrez (El Tigre: las aventuras de Manny Rivera, por Nickelodeon) y el productor Guillermo del Toro demuestran un cariño múltiple: por sus personajes, por su acervo mexicano, por la noble tradición cinematográfica de la narración fluida, por el poder de lo maravilloso, por la abundancia de pasiones y de humores.

El libro de la vida enmarca el relato -mítico-, de Manolo, María y Joaquín en una narración que se origina en una visita al museo por parte de unos niños que no parecen fáciles de seducir. Pero en cuanto la guía los tienta con lo oculto -lo tenebroso-, lo divertido y, sobre todo, con lo colorido y con la empatía, no pueden hacer otra cosa más que escuchar. Lo mismo nos pasa a los espectadores, que vemos una explosión de colores digna de las dulcerías mexicanas un Día de muertos (la jornada clave de la película), una sucesión de de arquitecturas y paisajes asombrosos (el pueblo de San Ángel y los diversos "más allá"), y disputas amorosas bordadas por temas como la verdadera valentía, el honor, el talento, el lugar de la mujer y los mandatos familiares.

El libro de la vida avanza a gran velocidad, con muchos momentos de humor y unos cuantos de dolor, mientras sentimos avidez porque todos estos personajes encuentren el mejor destino posible (la indómita María recuerda a la deliciosa Meg de la un tanto olvidada Hércules, de Disney de 1997). Hay muchas canciones (de Mumford & Sons, de Elvis y de otros, y también Cielito lindo), hay animación diferenciada para el relato dentro del relato -o sea el principal-, que presenta personajes con goznes de marioneta de madera en una fantasía desbordante al estilo de El extraño mundo de Jack, y hay un relato fluido que, lamentablemente, desde la mitad se empantana con conflictos más adocenados para poder llegar a la resolución. Sin esa caída energética -debida a una reorganización tardía de la aventura en función de unir los mundos de los vivos y los muertos, quizá por abarcar demasiado- que le resta cohesión, estaríamos hablando de uno de los mejores estrenos de esta temporada. De todos modos, el último lanzamiento animado así de sorprendente y estimulante había sido Frozen.