El justiciero

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Washington y la justicia por mano propia

Una cruza entre El vengador anónimo y Taxi Driver con explosiones de violencia y una estilización formal a-lo-Quentin Tarantino. Así podría definirse El justiciero, reunión entre el director Antoine Fuqua y el actor Denzel Washington tras la exitosa experiencia conjunta con Día de entrenamiento (2001).

Más allá de ciertas limitaciones del guión de Richard Wenk (basado en la serie televisiva que Edward Woodward protagonizó entre 1985 y 1989) y de una duración que excede las dos horas, El justiciero encuentra su razón de ser en la figura de Washington. Mientras la mayoría de las figuras de Hollywood busca regodearse en su expresividad con papeles más y más ampulosos y exhibicionistas, él apuesta por papeles más contenidos.

Washington interpreta al calvo Robert McCall, un agente retirado de pasado traumático y presente solitario, que trabaja en un hipermercado de artículos para el hogar en Boston, y todas las noches va a la misma mesa del mismo bar a tomar un té y leer los libros que su fallecida esposa no llegó a terminar. Sus únicos contactos con el mundo son con una joven prostituta de origen ruso llamada Teri (Chloë Grace Moretz) y con un muchacho obeso (Johnny Skourtis), que intenta pasar un examen para obtener un puesto como guardia de seguridad.

Washington -en un personaje que recuerda al Forest Whitaker de El camino del samurái, de Jim Jarmusch- casi no habla en toda la película. Le alcanzan pequeños gestos, su obsesividad para cronometrar hasta los más mínimos detalles y la mirada para transmitir la introspección, la calma, la serenidad y la sabiduría de su criatura. Lo peor de este nuevo largometraje del director de Tirador y Ataque a la Casa Blanca tiene que ver con los malvados de la historia. Los mafiosos rusos, que regentean clubes nocturnos y manejan una red de prostitución, dejan en la comparación a los de Promesas del este, de David Cronenberg, como personajes de un film de Disney. En ese sentido, todo es tan estereotipado y exagerado que le quita a esta exaltación de la venganza por mano propia bastante de su credibilidad y de su capacidad para generar algún grado de identificación. De todas maneras, quedó dicho, allí está la inmensa figura de Washington para sortear todos los baches y trampas de la película. Una estrella como las de antes