El infiltrado

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

El Infierno tan temido

Luego de trabajar durante los años ’80 y ’90 como doble de riesgo y como coordinador de escenas de acción, Ric Roman Waugh se pasó del otro lado de la cámara y dirigió dos largometrajes: In the Shadows (que salió directo a DVD en 2001) y Felon (2008). La tercera, al menos en su caso, no es la vencida ¿Es una mala película? Para nada. Pero tampoco es de esas que justifican el esfuerzo físico de desplazarse hasta una sala y el económico de pagar una entrada. Ingresa -raspando- en la “categoría” de “para ver tirado en el sillón/la cama un domingo lluvioso de invierno”.

Dwayne Johnson (sí, el "ex" The Rock) está intentando emular a otros héroes de acción como Jason Statham con películas que le permitan salir del encasillamiento. Luego de incursionar en la comedia familiar (Entrenando a papá) o en la aventura (Viaje 2: La isla misteriosa), aquí se arriesga con un drama policial en el que interpreta a un padre de familia dispuesto a todo con tal de ayuda a su hijo adolescente.

El planteo inicial -inspirado en una historia real- es el siguiente: Jason (Rafi Gavron), un muchacho de 18 años que vive con su madre divorciada (Melina Kanakaredes) y está a punto de entrar a la universidad, acepta que su mejor amigo le envíe por correo una caja llena de píldoras de Ecstasy. La DEA sigue el destino del paquete, lo detiene y al poco tiempo es condenado a 10 años de prisión por narcotráfico. Su padre John (Johnson), un exitoso empresario de transporte que además ha formado una nueva familia, intenta negociar con una estricta fiscal republicana (Susan Sarandon), pero pronto comprenderá que la única manera de ayudar a su hijo es aprovechando un vericueto de la ley (y de la Guerra contra las Drogas): si entrega la “cabeza” de un dealer a las autoridades conseguirá la reducción de la pena para el muchacho.

Lo que sigue, entonces, es un típico descenso a los infiernos con un buen tipo haciendo malas cosas (con la supervisión de un agente de la DEA encarnado por Barry Pepper) en un submundo dominado por negros y latinos sin códigos ni límites. Hay, sí, un par de personajes chicanos que se redimen (como para compensar, no hay que olvidarse nunca de la división étnica que exige la corrección política) y una trama que en ninguno de los aspectos desentona ni se destaca demasiado: tiroteos, persecuciones en camiones, melodrama con eje en la relación padre-hijo, una mirada no exenta de sordidez y más de un estereotipo sobre los márgenes (y los marginales) de la sociedad norteamericana y, claro, una moraleja sobre “el triunfo del espíritu humano y el amor familiar”. Eso es todo. Ni más ni menos.