El incendio

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

La pareja y su implosión

“Yo también necesito que me abracen”, le dice Marcelo (Juan Barberini) a Lucía (Pilar Gamboa), en el medio de una fuerte discusión, que terminará con la pareja canalizando buena parte de sus tensiones a través del sexo más brutal posible, en una secuencia reveladora sobre las contradicciones y sensibilidades de los personajes, sobre cómo se necesitan y se rechazan a la vez, o cómo no terminan de decidir qué es lo quieren del otro y de sí mismos.

La primera película en solitario de Juan Schnitman toma un suceso muy particular como disparador: los protagonistas están por comprar una casa, pero el día de la firma de la escritura algo sale mal y a partir de ahí, todo, absolutamente todo, sale mal, como si ese primer tropezón se esparciera como un virus a sus vidas íntimas y laborales, aunque pronto queda claro que en verdad todo se venía acumulando desde hacía un rato largo, que hay un pasado, un conjunto de sucesos barridos bajo la alfombra hasta que de repente surge ese evento que hace estallar todo por los aires, convirtiendo a ese pasado en una huella imposible de borrar dentro del presente.

En cierto modo, El incendio retoma ciertos temas antes transitados por Aire libre, el film de Anahí Berneri estrenado el año pasado: ambas comienzan con una situación distintiva que es llevada al extremo a partir de las expectativas que provoca, funcionando como consecuencia de toda una serie de pequeñas grietas que llevan al gran quiebre. Y aunque no alcanza las cimas de esa obra, acumula unos cuantos méritos como para destacarse por sí sola, en especial hacia su segunda mitad, donde son los cuerpos los que hablan más que los diálogos o discursos. Allí, Schnitman consigue que el film vaya hilvanando su conflicto con fluidez, funcionando como un drama opresivo y asfixiante pero también como un análisis disruptivo y desequilibrante en su mirada hacia construcciones sociales como la pareja, el dinero, el trabajo y la propiedad, la masculinidad y la feminidad, con un adentro y un afuera que se retroalimentan en sus respectivas violencias, siempre interconectadas.

El incendio es una película que, en definitiva, no necesita forzar su clima angustiante: su confianza en lo que cuenta le da todo el impulso que necesita, obligando al espectador a preguntarse sobre su personalidad y la del que tiene a su lado.