El hombre solitario

Crítica de Rodrigo Seijas - CineramaPlus+

Los oxidados de siempre

Se recuesta tanto en su humildad, en una generación de actores que ya no necesitan esforzarse para entregar excelentes performances, en un relato corto y preciso, que al final peca de poco ambiciosa.

Este filme es sobre gente llegando a cierta edad donde la impresión más fuerte es que queda más para ver hacia el pasado que hacia el futuro, donde el camino ya recorrido empieza incluso a determinar lo que queda por recorrer. Ben Kalmen (Michael Douglas) no es el único que da esa impresión, sino que esto puede corroborarse también en, por ejemplo, los personajes de Jimmy Marino (Danny DeVito) y Nancy Kalmen (Susan Sarandon).

El universo sobre el que se concentra el filme parece en todo momento que va a caerse a pedazos, o que ya directamente está colapsando. Pero es un universo particular, individual, subjetivo. Es el mundo de ese hombre solitario que interpreta Douglas, con lo cual el filme de Brian Koppelman y David Levien parece querernos decir que a veces no es tanto el contexto el que nos moldea, sino nosotros mismos, que ya no podemos echarle la culpa a la sociedad, las enfermedades, desgracias azarosas o la incomprensión de los demás, sino que en determinadas instancias no queda más que hacerse cargo.

Esa oscuridad andante, ese monumento al cinismo y al egoísmo que es durante largos pasajes del filme Ben, se cruza en determinados pasajes con la luminosidad que representan Jimmy y Nancy, quienes son felices no porque les salieron todas, sino porque supieron valorar los aspectos positivos de sus vidas, potenciando sus vínculos con sus seres queridos.

Es llamativo como Solitary man habla bastante sobre lo importante de la familia, el matrimonio o incluso ciertas posesiones de tinte claramente burgués, sin ofender en lo más mínimo. Esto puede atribuirse a la humildad y ligereza de tono de los diálogos, donde se observa a gente reflexionando, debatiendo, pidiendo o dando consejos, lo cual está muy lejos de dar encendidos y convencidos discursos. Lo que se impone en El hombre solitario es, justamente, la falta de certezas.

Los problemas mayores del filme probablemente residan en sus mayores virtudes. Se recuesta tanto en su humildad, en una generación de actores que ya no necesitan esforzarse para entregar excelentes performances, en un relato corto y preciso, que al final peca de poco ambiciosa. Su estilo, forma y puesta en escena podrían haber funcionado sin problemas en el formato televisivo.

Aún así es altamente placentero volver a encontrarse con un grupo de actores que exhiben casi con orgullo sus canas, arrugas, panzas o grietas en sus personalidades que ya son casi irreparables. Decimos casi, porque, como delata el plano final, cualquiera puede ser el momento bisagra para barajar y dar de nuevo.