El hombre que vendrá

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

UNA CIERTA MIRADA

Un tema mayor, una película menor, aunque válida en última instancia debido a su tema y el intento de retratar una matanza con sobriedad y humanidad.

El lenguaje cinematográfico casi siempre incita a la experiencia. Un primerísimo plano de un ojo, una cámara inquieta que corre junto a sus personajes, un zoom repentino sobre un objeto llevan al espectador más o menos consciente a mirar el mundo, los sujetos y los objetos de un modo específico.

En El hombre que vendrá la elección predominante de registro es la panorámica, y suele corresponder, además, a la mirada de su protagonista excluyente, Martina, una niña de 8 años que ha enmudecido tras la muerte temprana de su hermano. Que su presencia omnipresente esté privada de la palabra intensifica la mirada. Su discurso es su perspectiva. Martina ve y piensa el despertar sexual de sus hermanas, el amor de sus padres, los ritos y las costumbres religiosas de sus coetáneos, la indignación de algunos campesinos ante la crueldad sistemática de los nazis. Es septiembre de 1944, y después del 29, por unos 7 días, en Marzabotto habrá una masacre: 770 civiles serán asesinados.

Un plano secuencia abre y cierra el filme en un mismo escenario: la casa familiar. La diferencia radica en que en la primera secuencia habitan los vivos mientras que en la segunda sólo quedan fantasmas. La masacre de Marzabotto no tuvo límites. Fusilar a niños de 2 a 10 años, mujeres y ancianos fue casi un trámite y un juego, todo por simpatizar directa o indirectamente con la resistencia italiana; la impiedad nazi orquestada por el SS Walter Reder, perversa y eficiente, llevada a cabo sin ningún indicio de culpa, excede la vileza y abyección de ese régimen, aunque sí es el paradigma perfecto del fascismo como perversión.

Giorgio Diritti, que ha hecho un par de documentales, suele privilegiar el registro paulatino de la matanza con un criterio distante, casi documental, que se conjuga dialécticamente con la mirada de la niña. Quizás por ello haya elegido rodar en Marzabotto, y por la misma razón, tal vez, haya puesto cuidado en la musicalidad del lenguaje oral de sus personajes, que remite al que se habla en Bolonia. Un elegante plano subjetivo de unos paracaidistas es uno de los aciertos visuales, no siempre bien acompañado por las decisiones musicales que subrayan inútilmente lo que es evidente y conmovedor.

El hombre que vendrá consolida su humanismo en un solo y justificado recurso: ver a través de una niña las grietas de un orden simbólico.