El hombre que vendió su piel

Crítica de Santiago García - Leer Cine

Sam Ali, un joven de Siria, abandona su país poniendo rumbo hacia el Líbano huyendo de la guerra. Para poder viajar por Europa y vivir con la mujer que ama, acepta tatuarse la espalda a manos de uno de los artistas contemporáneos más importantes del mundo. La obra que llevará en la espalda es una reproducción enorme de una visa para entrar a Europa. Esa obra que implica un comentario político contiene la ironía de denunciar el sufrimiento de los refugiados y al mismo tiempo usar a uno a cambio de la tan deseada entrada al primer mundo.

La película combina algunos momentos de humor y sátira del mundo del arte con un tono más bien angustiante y un protagonista lleno de patetismo. A medida que avanza la trama Sam descubre que la libertad que buscaba y que creía haber obtenido se transformó en su maldición. Pero aun así El hombre que vendió su piel no se entrega a los golpes bajos y trata de encontrar una mirada comprensiva dentro de la compleja situación del personaje principal. Más amable de lo que suelen ser estas películas, aunque nunca llegue tampoco a convertirse en una película particularmente compleja o profunda.