El hombre que conocía el infinito

Crítica de Emiliano Fernández - A Sala Llena

Destino circular.

Si estuviésemos en temporada de premios del ambiente cinematográfico -los primeros meses de cada año- podríamos decir que El Hombre que Conocía el Infinito (The Man Who Knew Infinity, 2015) toma la forma de otra de esas típicas propuestas oscarizables, lo que por cierto a primera vista no nos adelanta demasiado sobre la amplitud cualitativa del film porque el rubro de por sí es bastante heterogéneo (algunas películas son muy interesantes y otras muy olvidables, por lo general no hay casi nada en el medio). De hecho, el opus escrito y dirigido por Matt Brown engloba un conjunto de características que responden a tres de las subdivisiones favoritas de Hollywood a la hora de repartir estatuillas: en un mismo combo tenemos una biopic acerca de un genio ignoto, una propuesta británica hasta la médula y un análisis de una persona con facultades físicas y/ o psicológicas trastocadas.

Y como si todo lo anterior fuera poco, nos encontramos con un detalle que sinceramente nadie esperaba: la mejor actuación de Jeremy Irons en muchísimo tiempo, quien interpreta a G. H. Hardy, un profesor de matemáticas de la Universidad de Cambridge que en la década de 1910 se transforma en mentor de Srinivasa Ramanujan (Dev Patel), un joven hindú con un talento enorme para los números y la infinidad de cálculos que desencadenan. La película ofrece una suerte de sumario de la colaboración entre ambos en pos de poder publicar sus descubrimientos en el campo de las fórmulas matemáticas y la teoría de las fracciones. Lejos de El Código Enigma (The Imitation Game, 2014), un film temáticamente similar que además reinventó las biopics al combinarlas con los engranajes del thriller bélico, hoy la obra en cuestión cae en todos los convencionalismos y artimañas del género.

Desde la primera escena quedan de manifiesto las buenas intenciones del realizador y su pretensión de no descuidar las diferencias culturales del caso (las perspectivas de Hardy y Ramanujan son casi opuestas), el clásico componente melodramático (el hindú sufre muchísimo el desarraigo y el haber tenido que abandonar a su esposa para viajar al Reino Unido) y hasta lo que podríamos definir como un retrato de la influencia de la Primera Guerra Mundial en el trabajo conjunto de los susodichos y la vida académica en general (por ejemplo, Littlewood, un docente de Cambridge interpretado con inteligencia por Toby Jones, es enviado por el gobierno al frente de batalla para resolver cálculos relacionados con la balística). El problema de El Hombre que Conocía el Infinito está condensado en el hecho de que resulta muy poco original y depende en un 100% del desempeño del elenco.

El inglés Dev Patel, a quien ya habíamos visto en Chappie (2015) y Slumdog Millionaire (2008), se luce nuevamente al otorgarle a Ramanujan la complejidad necesaria para que el personaje pase de un estado inicial de vulnerabilidad al envalentonamiento de la segunda mitad del metraje, cuando se cansa del ninguneo y la discriminación de los británicos del período. Si bien el guión hace énfasis en el choque entre la formación científica tradicional de Hardy (ateísmo y apego a las demostraciones/ pasos intermedios de las fórmulas) y el autodidactismo intuitivo de Ramanujan (trasfondo religioso e improvisación que derivan en constantes ecuaciones), el enfoque edulcorado y perezoso de Brown termina encauzando el desarrollo hacia otro de esos destinos circulares del séptimo arte, en los que una grandeza innata se unifica con el “reconocimiento social” del desenlace, de manera semi-póstuma…