El hombre de Paso Piedra

Crítica de Guillermo Colantonio - Fancinema

UNA EXPERIENCIA HUMANA

El escenario es un paisaje solitario del suroeste argentino. El personaje en cuestión, Mariano Carranza, un hombre mayor que fabrica ladrillos, al margen del ruidoso mundo civilizado, anclado en su natural entorno. Más allá de la riqueza que pueda tener el objeto de representación en sí, es la sensible y particular mirada de Martín Farina lo que prevalece, con su cuidadoso acercamiento y su constante búsqueda poética a partir de lo cotidiano. Lejos de la invisible arrogancia y de la apabullante primera persona, lo que hace el director es diferente: toma el rodaje como experiencia y se involucra al punto de que él mismo forma parte de la historia de Mariano en el tiempo que les toca vivir juntos. En esa dirección, hay una serie de decisiones que se toman y que enriquecen los materiales con los que se trabaja. Una de ellas, tiene que ver con la manera en que se ensamblan los planos visual y sonoro. Podemos escuchar los diálogos que sostienen los personajes, con interpelaciones generacionales y palabras de camaradería, mientras las imágenes nos llevan por los caminos de la naturaleza misteriosa, insondable, transformada con el ojo de la cámara. La lógica del plano/contraplano se desarticula incluso en un momento y se expande, se fragmenta, para evadir la rutina del registro. Mientras las palabras que intercambian conservan las huellas de lo real, la mirada instala una dimensión misteriosa.

Otro acierto es que el notable trabajo con el sonido en cuanto a la música, nunca anula al de la naturaleza. Hay una hermosa secuencia donde el documentalista/personaje sigue a Mariano a través de unas ramas secas. Allí conviven ambos registros sonoros en armonía y la escena es un buen ejemplo de núcleo de sentido en cuanto a la elección de cómo encarar esta película: seguir sin abrumar, no perder de vista nunca la historia que se elige mostrar.

Hacia el final hay un gesto que dignifica y emociona: una vez ausente Mariano, el director pide al encargado filmar en el cementerio donde se halla enterrado y se refiere a su “amigo”. Más allá del juego con la representación y la señal autorreferencial, la carga emotiva de esa palabra confirma la importancia del vínculo, lo que termina por conferirle a esta experiencia documental el carácter decididamente humano sin desdeñar su riqueza estética.