El hijo

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Maternidad de laboratorio

El Patrón: Radiografía de un Crimen (2014), aquella ópera prima en el terreno de la ficción del documentalista de larga data Sebastián Schindel, en su momento fue una verdadera sorpresa porque mediante una anécdota real muy sencilla, centrada en el asesinato de un empresario explotador por parte de su empleado carnicero del interior de la Argentina, el film conseguía no sólo un drama de exclusión social muy bien ejecutado sino también una obra que pintaba de pies a cabeza la corrupción miserable de las elites de prácticamente toda América Latina. El segundo largometraje de Schindel, El Hijo (2019), no llega a ser tan interesante aunque de todas formas se abre camino como una propuesta digna dentro del ecosistema casi siempre empobrecido del cine de género de producción nacional, ese que todavía necesita de un mayor apoyo a manos de un público prejuicioso adicto a Hollywood.

La historia en esencia ha sido trabajada en múltiples ocasiones y se reduce a la fórmula del doppelgänger infantil y la condición de “loco inducido” de uno de los progenitores de la criatura en cuestión: Lorenzo (Joaquín Furriel, el que fuera el protagonista de El Patrón: Radiografía de un Crimen) es un pintor y ex alcohólico que perdió a sus dos hijas porque su pareja de antaño se las llevó a Canadá, por lo que está tratando de tener una suerte de “revancha existencial” con su nueva esposa, Sigrid (Heidi Toini), una bióloga noruega dispuesta a tener un hijo con el susodicho. Cuando ella termina embarazada pronto se hace evidente que la mujer es partidaria de prescindir de los médicos y así trae a una especie de comadrona nórdica (Regina Lamm), quien junto a Sigrid pasa a controlar por completo el destino del niño después de nacer, marginando de modo tajante e inmediato al protagonista.

Schindel vuelve a presentarnos al personaje de Furriel desde el inicio tras las rejas para contarnos -vía flashbacks y en paralelo- los detalles de un proceso judicial contra Lorenzo y ese pasado que constituye el marco narrativo principal del relato, en el que el hombre va ocupando de manera progresiva el rol que en términos de los engranajes paradigmáticos del thriller y el horror suelen tener las mujeres, léase el del personaje al que todos acusan de histérico y de decir cosas descabelladas en función de una “credibilidad social” marchita por su prontuario a la fecha. El guión de Leonel D’Agostino, a partir de un trabajo literario de Guillermo Martínez, apunta al suspenso y la claustrofobia jugando con la idea del padre de que el mocoso fue sustituido por otro y que el original está siendo sometido a vaya uno a saber qué experimentos por parte de Sigrid, exponente de esos delirios burgueses new age.

Como afirmábamos antes, la película de original no tiene absolutamente nada debido a que a los tópicos hiper recurrentes del doble y el aislamiento, además se suman los recursos de los diálogos en lengua extranjera no traducidos, algo que también se usó en clásicos como De Repente, la Oscuridad (And Soon the Darkness, 1970), y de los testigos externos/ internos de los insistentes conflictos del clan, en este caso una pareja amiga interpretada por Martina Gusmán y Luciano Cáceres. Sin embargo Schindel saca a flote el film gracias a su maestría a la hora de apuntalar la tensión y un verosímil muy atractivo edificado alrededor de la denuncia de la clara discriminación contra los varones en el derecho familiar, núcleo camuflado de la obra en su conjunto en sintonía con el conservadurismo oscurantista de sociedades de impronta bien católica como la argentina. Sin volcar del todo el devenir hacia lo fantástico, justo como hiciese la similar y superior The Hole in the Ground (2019), El Hijo funciona como un reloj suizo de género que compensa con su prodigiosa ejecución lo que le falta en verdaderas novedades en relación a lo ya visto tantas veces, por suerte también criticando las payasadas de la maternidad “alternativa” y/ o de laboratorio en lo que atañe a los palurdos “no vacunas” y sus tristes homólogos de “alimentación especial”, bobos peligrosos e hipócritas que ponen en riesgo a los chicos por sus creencias y que unos meses después del nacimiento se sacan de encima al crío mediante guarderías o niñeras…