El hijo

Crítica de Mex Faliero - Funcinema

LA PELÍCULA DE LA SEMANA

Florian Zeller parece dedicarse a eso que en el pasado conocíamos en la televisión como “la película de la semana”, un tipo de historia que navegaba sobre las olas seguras del drama efectista, donde una enfermedad siempre nos terminaba sacudiendo y sacando algunas lágrimas. En El padre abordaba la demencia senil de un anciano y en esta, El hijo -segunda parte de una prometida trilogía-, se mete con la depresión adolescente. La diferencia entre el director y otros que han recurrido al subgénero para manipular nuestras emociones, es que se nota una preocupación por no caer en excesos, donde las emociones luzcan contenidas y el morbo se ponga a un costado para centrarse en los personajes y en el impacto que genera la experiencia que atraviesan. Se podría decir que es la vertiente más honesta de un tipo de cine que gusta más cuando más ahonda en la intensidad.

Otra particularidad del cine de Zeller es que se trata de adaptaciones de sus propias obras de teatro. Por lo tanto nos enfrentamos a una puesta que apuesta todo -o casi todo- al texto, dramas de cámaras en los que el cambio de escenario es casi una excusa para darle aire al relato y que se siente más cómodo cuando encierra a sus personajes entre las paredes de un único espacio. Aquí tenemos a un padre divorciado, que comenzó una nueva familia junto a otra mujer, quien recibe la visita de su ex para comentarle que ya no sabe qué hacer con el hijo adolescente de ambos, atravesado por una depresión que huele más a tragedia existencialista que a otra cosa. Zeller, entonces, acompaña a esos padres, sostiene sus puntos de vista, lo que vuelve al personaje del hijo un verdadero enigma. El drama pasa por ver de qué forma esos adultos lidian con algo que no pueden, ni saben, manejar. Y se ha dicho, las acciones transcurren la mayor parte del tiempo en el amplio espacio del departamento del padre.

A diferencia de El padre, Zeller no logra aquí darle aire a la narración por medio de la puesta en escena. En aquel film protagonizado por Anthony Hopkins -que aquí se reserva una pequeña participación- la demencia senil del personaje se representaba a partir de un espacio que mutaba, de personajes duplicados y diálogos repetidos y alterados que modificaban su sentido en una segunda visión. Todo esto confluía en una representación acabada de la mente perturbada de su protagonista, una suerte de rompecabezas que se armaba recién sobre el final. Ausente ese sofisticado apartado narrativo, El hijo es un drama mucho más simple y directo, lo que es igual a decir que resulta menos interesante. Un poco porque lo expuesto carece de novedad, pero también porque resulta previsible en su búsqueda trágica del drama aleccionador hacia sus personajes, especialmente el padre interpretado con solvencia por Hugh Jackman. Porque en El hijo la enfermedad es, en verdad, una excusa para repensarse acerca de las decisiones del pasado que afectan en el presente y de lo que hacemos con aquello que hicieron con nosotros. No obstante Zeller tiene, como autor, el talento suficiente como para encontrar algunas verdades que vibran en el espectador incluso un rato después que cayeron los títulos del final y para construir momentos verdaderamente perturbadores, como el que desencadena el clímax de la película.