El gran simulador

Crítica de Santiago García - Leer Cine

La mano del poeta

Desde un tiempo a esta parte hay gente que insiste en consumir programas de televisión donde se explican los grandes trucos de magia. Un mago enmascarado (porque sabe que hace algo malo) nos explica aquellos trucos que nosotros, con un poco de perspicacia, podríamos deducir. Pero si no somos perspicaces por algo es. Cito la frase final de El gran truco (The Prestige) que dice el personaje de Michael Caine: “Ahora usted está buscando el truco. Pero no lo encuentra, porque no está realmente buscando. No quiere descubrir como es, quiere ser engañado”.

La fama mundial del señor René Lavand parece insólita cuando uno ve la simpleza con la cual él hace lo imposible. Es otro de sus trucos el moverse con simpleza, con seguridad serena, con un tono calmo que es una marca de fábrica. ¿Quién no conoce a René Lavand? La verdad es que mucha gente hoy no lo conoce. Conocerlo es admirarlo. Nadie le da la espalda al arte de Lavand. Ilusionista que se dedica a la cartomagia (esto último lo saqué de internet, yo simplemente diría trucos con cartas), Lavand es una leyenda dentro de su arte. Para agregar misterio, asombro y admiración por parte de los espectadores, Lavand nació diestro pero por motivos que aquí no explicaré (seamos leales al misterio) perdió su mano derecha y tuvo que aprender a hacer su maravilloso arte con la mano izquierda. Como el más legendario de los deportistas, como el más eximio de los bailarines, Lavand entrenó obsesivamente esa mano y hoy, como más de ochenta años de edad, lo sigue haciendo. Winston Churchill dijo la suerte es el cuidado de los detalles y Lavand es un ejemplo de eso. El mérito de Lavand es que además de tener un talento superlativo, trabaja desde hace décadas, horas por día, para que la suerte lo favorezca.

Néstor Frenkel, director de El gran simulador, sin duda congenia con estos mundos de ilusión, con estos personajes enamorados del arte, apasionados y agradecidos con su especialidad. Frenkel no se mete con los trucos, a Frenkel no le interesa develarlos. Lo que el director quiere es mostrar la coherencia entre el ilusionista y su universo. Lavand recorrió el mundo pero su lugar es Tandil. Su casa es un templo de lo demodé. De lo maravillosamente fuera de época. También asistimos a su pasión no solo por los trucos de cartas, sino también por contar historias. Guionistas que trabajan con él para que las cartas narren cuentos nacidos ya no en el siglo pasado, sino del anterior.

No hay que decir nada más. Quienes conocen a Lavand (interpretó de forma magistral a El Turco en la película Un oso rojo, de Israel Caetano) deben ver esta película. Los que no lo conocen, vean esta película y luego metánse en You Tube a disfrutar de sus maravillas proezas sobrias. Un artista de otra época, pero que se puede disfrutar en cualquiera. Lo que él hace no envejece a pesar del mundo actual y los desmitificadores profesionales.

Sabemos que estos son tiempos aciagos para ilusionistas como el maestro René Lavand, tiempos difíciles para poetas nobles que han perfeccionado el sutil arte de engañar a quien quiere ser engañado en primer término. Claro, el verdadero truco consiste en que el engañado crea, desde lo más profundo de su corazón, que no quería ser engañado. Mantener esa ilusión es tarea de un verdadero ilusionista. Mantener esa ilusión es la tarea del artista. René Lavand, ilusionista, poeta, artista, se merecía una película como esta.