El gran showman

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

El espectáculo como mercancía

La ópera prima del realizador norteamericano Michael Gracey, embarcado ahora en la preproducción de la adaptación del manga Naruto, de Masashi Kishimoto, El Gran Showman (The Greatest Showman, 2017) es un musical dramático con ligeros toques de comedia inspirado en la vida del animador, empresario del entretenimiento y político, P.T. Barnum, uno de los promotores de la combinación de las características del circo itinerante con curiosidades y espectáculo que materializó los rasgos que distinguen hoy el género circense.

El film narra los comienzos de Barnum (Hugh Jackman) en el espectáculo desde sus sueños en la niñez en medio de la pobreza, su relación de Charity (Michelle Williams), con la que se casa y tiene cuatro hijos, para dar cuenta de su afán como emprendedor y animador. Tras la quiebra de la empresa naviera para la que trabajaba, Barnum consigue un crédito gracias a una pequeña estafa a un banco para crear un museo de curiosidades que finalmente convierte en un espectáculo que mezcla curiosidades vivas con entretenimiento, lo que genera jubilosos seguidores y enfurecidos detractores de todas las clases sociales. Con el fin de ganarse la esquiva afinidad de la burguesía el promotor se asocia con Phillip Carlyle (Zac Efron), un escritor de exitosos dramas teatrales que atraen a la aristocracia vernácula, quien lo lleva de gira a Londres donde se encuentra brevemente a la Reina Victoria. En Inglaterra Barnum conoce a la cantante de ópera Jenny Lind (Rebecca Ferguson), quien lo deslumbra, y el promotor rápidamente ve una oportunidad y le propone producirle una serie de costosos conciertos alrededor de Estados Unidos, en lo que será el comienzo de una etapa de cambios en su forma de hacer negocios.

El Gran Showman se presenta como un musical anclado en la actualidad, con actores representativos de la juventud como Zac Efron y Zendaya, quienes tienen su idilio amoroso a contrapelo de la cultura racista del Siglo XIX, como un ejemplo entre tantos del espíritu de tolerancia progresista que el film de Gracey plantea a partir de la historia de Jenny Bicks (Rio 2, 2014) en un guion coescrito junto a Bill Condon (Chicago, 2002). Entre las principales características que marcan el opus se encuentra la banda sonora, que propone una selección de canciones de pop genérico contemporáneo pasteurizado por las discográficas con coreografías acordes con las canciones, matizando de alguna manera, o más bien cancelando, el espíritu de época, en una decisión polémica que claramente busca definir el público de la propuesta. Así, a pesar de la ambientación y el vestuario decimonónico, la música es completamente actual, lo que va en detrimento del realismo del film y de sus potencialidades.

Desde todo punto de vista la película nunca se propone indagar en la vida y la obra de P.T. Barnum, un personaje significativo de una etapa de acumulación del capital en Estados Unidos en la era del nacimiento de las grandes corporaciones y la sedimentación del capitalismo en la cultura y los valores norteamericanos. El Gran Showman solo busca así como la introducción edulcorada y indulgente de un personaje fundacional de la cultura del entretenimiento a un público juvenil amante de la cultura pop adolescente norteamericana actual desde lo emocional tomando algunos datos biográficos convenientes y algo de ficción juvenil apta para todo público con un trasfondo de ideas modernas y críticas respecto de la intolerancia y los valores de la época en cuestión.

A pesar de un interesante comienzo y alguna que otra buena canción de los compositores de las canciones de La La Land, (2016) todo el film se torna demasiado predecible, conveniente y monótono, apostando todas las fichas en fórmulas anquilosadas, premios potenciales y un público juvenil que sigue a sus ídolos. De todos modos, la obra solo se propone como un homenaje a Barnum según la interpretación actual de los hechos y los cánones vigentes del espectáculo, por lo que es imposible condenar a un film que solo entrega lo que propone desde un principio sin pretender engañar a nadie en un intento de deferencia hacía uno de los fundadores de los parámetros del espectáculo contemporáneo.