El gran río

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

Una nación multicultural

"Cada vez son más", puede pensar el xenófobo cuando transita por algunas peatonales de Buenos Aires, Córdoba y Rosario y ve a algunos negros, probablemente llegados de África, vendiendo relojes, aros y pulseras. El fenómeno migratorio hace tiempo que excede a los países limítrofes. La vieja descripción del país como crisol de razas deviene ahora en su versión del siglo XXI: Argentina es multicultural.

Al xenófobo, probablemente, poco le importa saber sus historias, pero ¿de dónde vienen esos negros del asfalto que tanto le molestan? Los primeros cuatro planos generales de El gran río son precisos: el río Paraná y la zona costera de Rosario son el escenario excluyente; por allí llegan muchos de los nuevos inmigrantes, aquellos que el gobierno nacional en sus actas oficiales describe como "refugiados". No se trata del viejo cuento de viajeros venidos de Europa. Un adolescente de 13 años, oriundo de Guinea, puede viajar 27 días sin comer ni beber en la hélice de un barco. No siempre todos sobreviven.

La película de Rubén Plataneo intenta no sólo reconstruir el derrotero de los nuevos nómades, más raperos que anarquistas, sino también seguir los distintos pasos de su asentamiento. El protagonista central de El gran río es David Dodas Bangoura, un joven que para establecerse en Rosario hizo forzosamente varias escalas. El castellano de David y su léxico evidencian observación y aprendizaje. Lo veremos alquilar una pieza, pintar, vender bijouterie en la calle, buscar otros trabajos y, fundamentalmente, rapear. David es músico y encontrará en sus pares vernáculos un espacio en común. El rap es una forma misteriosamente universal de articular rabia y desencanto en poesía y ritmo, y en ese sentido los músicos rosarinos y David se entienden a la perfección.

Plataneo envía desde un principio señales extrañas. Unos cinco planos generales breves anuncian otra geografía y otra película. Plataneo quiere saber un poco más y se tomará la molestia de ir con su cámara hasta Guinea; el último acto de la película transcurrirá ahí.

Si bien el viaje del director y el de su protagonista son inconmensurables, la música funciona aquí como una fuerza niveladora, la que sostiene la perspectiva de Plataneo. Cuando los jóvenes guineanos dicen "el rap es una forma de reclamar algo, de decir la verdad", justamente ahí explicitan una de las milagrosas funciones del cine. De algún modo, aquí los planos rapean y el propio director se ha convertido sin saberlo del todo en un griot con una cámara.