El gato con botas

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

Botas lejanas

La última película de Dreamworks no hace más que confirmar lo que ya se sabía: las creaciones del estudio dependen exclusivamente de la gracia, la simpatía y la robustez narrativa de los protagonistas, porque los films no tienen mucho para ofrecer fuera de eso. Se nota especialmente en Gato con botas, donde la enorme cantidad de persecuciones, corridas, chistes y vértigo general parecen estar en función de tapar el vacío que aqueja a la película. ¿De qué habla el cine de Dreamworks, en particular la saga de Shrek y Gato con botas? ¿De la parodia, de la necesidad de burlarse de los relatos de otra época, de romper el protocolo narrativo de los cuentos de hadas? Con suerte, hay momentos en los que los personajes aportan algo de emoción y nos invitan a creer en lo que pasa en la pantalla, pero esos momentos son contadísimos y pierden relevancia frente al resto del guión, que se encarga de recordarnos constantemente que este es un cine interesado en la destrucción mucho más que en la creación de relatos. Esa propuesta básica, chata, aburrida y pretendidamente canchera intenta sostenerse sobre una montaña rusa de conflictos y velocidad que no conducen a ninguna parte más que a la evidencia del propio mecanismo: no hay nada detrás, sobre, por encima o alrededor de esas imágenes frenéticas que no sea su propia aceleración hueca.

Uno pensaría que el mejor y más importante personaje por lejos de la saga de Shrek debería alcanzar para apuntalar uno de esos grandes artefactos de parodia y rápidez que son las películas de Dreamworks, pero no. Esta vez, acaso por las imposiciones de la forma precuela (a esta altura, casi un género en sí mismo), el gato simpático, artero y querible de las cuatro Shrek es apenas otra caricatura de las que suele barajar el estudio; este felino no tiene ni un cuarto del corazón del más soso personaje de Pixar. Sus mejores intervenciones son las que lo muestran interrumpiendo su papel de prófugo de la ley para despuntar gestos y comportamientos de gatito, por ejemplo, cuando después del encuentro con Humpty Dumty y mascullando quejas, el protagonista ve una luz reflejada en el suelo y se lanza desesperado a capturarla como cualquier gato de entrecasa.

Después de las dos entregas de Kung Fu Panda (seguramente las películas más sentidas y menos cínicas de toda la factoría Dreamworks) y con el antecendente del gato en las Shrek, estaba permitido ilusionarse con esta nueva película del estudio. Pero la cosa sigue siendo más o menos la misma: si bien no se está frente a la ramplonería absoluta de las películas del ogro verde, Gato con botas no pasa de ser otro producto típico de Dreamworks que concibe el cine como una galería de burlas dirigidas a las historias de otros tiempos y que, mediante el vértigo de unas imágenes que son pura prisa y apuro sin un destino real, aspira a cubrir su falta de imaginación y de fe en sus criaturas.