El falsificador

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

El cuarto largometraje de la realizadora alemana Maggie Peren, El Falsificador (Der Passfälscher, 2022), su mejor trabajo hasta la fecha, reconstruye los años más difíciles de la vida de un artista gráfico alemán radicado en Suiza desde 1943, Cioma Schönhaus, un falsificador de documentos de identidad que ayudó a uno de los movimientos protestantes que se oponían a las ideas de unificación del protestantismo, lo que a la postre salvó a cientos de ciudadanos judíos del genocidio nazi. Basado en las memorias del propio Schönhaus publicadas en 2004 en Alemania, el film narra con lujo de detalles la vida de los judíos en Berlín durante la Segunda Guerra Mundial antes de la implementación total de la Solución Final en la Conferencia de Wannsee.

Cioma (Louis Hofmann), un estudiante de artes judío que es obligado a trabajar en una fábrica de municiones para estar exento de ser deportado a los campos de concentración en 1942, se ve envuelto en una trama de falsificaciones mientras lucha por sobrevivir en Berlín. Con veintiún años, un poco de ingenuidad y otro tanto de valentía ante un futuro incierto que vaticina no muy brillante bajo el régimen nazi, Cioma comienza a falsificar documentos de identidad y pasaportes para Franz Kaufmann (Marc Limpach) y su grupo confesional protestante, ayudando a cientos de personas a escapar de Berlín y mejorando sus falsificaciones a medida que practica en un taller clandestino provisto por Kaufmann. Viviendo con su mejor amigo, Det (Jonathan Berlín), otro joven judío que lucha por conseguir cartillas de racionamiento, el protagonista busca vender los artículos de su familia -deportada a los campos de concentración- que fueron confiscados por el Tercer Reich. Haciéndose pasar por un oficial nazi conoce a una joven judía, Gerda (Luna Wedler), con la que mantiene una relación mientras intenta lidiar con la portera de su edificio, la señora Peters (Nina Gummich), esposa de un soldado enviado al frente, que teme quedar envuelta en algún problema por las acciones temerarias de su inquilino.

El film de Maggie Peren es una obra costumbrista donde la tensión es suplantada por la emotividad de los actores, los detalles sobre la vida en Berlín durante la Segunda Guerra Mundial y una aproximación al período de la Alemania nazi completamente diferente a la de prácticamente todas las películas que abordan esa época. A pesar de que la vida de Cioma pende de un hilo muy fino, el joven se pasea disfrazado de oficial nazi sin que nadie note nada por su apariencia aria, viaja en transporte público con una identificación bastante gastada y deambula por las calles de la ciudad después de ser despedido de la fábrica por llegar tarde repetidamente, hasta que logra falsificar un documento que le permite cruzar hasta Suiza, trayecto que realiza finalmente en bicicleta según sus memorias.

La intención del film es romper con los clichés sobre el nazismo y la guerra a partir de los recuerdos de una persona que vivió esa época y decidió presentar su visión de los acontecimientos a principios del Siglo XXI a avanzada edad. Peren busca alejarse de los lugares comunes haciendo hincapié en las consecuencias cotidianas del racismo en una obra que tiene escenas extraordinarias pero que no logra mantener el ritmo de los mismas y se apaga constantemente.

Peren cuida mucho de no juzgar, de buscar la voz del personaje y dejar a Louis Hofmann encarnar al personaje. Hofmann, actor conocido por protagonizar la exitosa serie alemana Dark (2017-2020), realiza una gran labor en la construcción de un personaje sobre el que trabajó durante todo el primer año de la pandemia de coronavirus, ofreciendo a la postre una actuación emotiva sobre un muchacho que busca encontrar su camino, que comienza a dibujar y a expresarse a través del diseño y que descubre en la falsificación de documentos una forma de ayudar al prójimo y salvar su propia vida.

El Falsificador revela cómo la vida en Berlín se movía alrededor de algo tan mundano como las cartillas de racionamiento y que la burocracia tenía efectos materiales palpables en la vida cotidiana que se sentían más que los delirios raciales nazis. De hecho, en la película prácticamente no hay oficiales nazis persiguiendo judíos, al igual que en las memorias de Cioma, una cuestión que llama poderosamente la atención del espectador acostumbrado a ver oficiales de la Gestapo, las SS y las fuerzas armadas por todas partes en los films sobre la Segunda Guerra Mundial, salvo contadas excepciones como El Barco (Das Boot, 1981), de Wolfang Petersen. Simplemente nos topamos con burócratas que cumplen con su deber, que tratan de vivir su vida cumpliendo las reglas y de ganarse sus preciadas cartillas u obtenerlas de cualquier manera.

El Falsificador es una historia sobre un mundo que se desmorona, y sobre lo que ocurre cuando perdemos todo y a partir de ello hay que encontrar una nueva existencia. En este caso, el protagonista pierde a su familia, a sus amigos, a su amor, su casa, su nacionalidad, absolutamente todo, para tener que escapar de la locura de un movimiento político extremista que transforma su vida y la de millones en un infierno. En el comienzo, el film da una pista sobre ese nuevo camino que Cioma emprende a partir del arte, desde el dibujo, una forma de expresar aquello que no se puede decir con palabras con una serie de bosquejos tan bellos como perturbadores sobre el horror de vivir bajo el nazismo.

Peren logra indagar en los pormenores de la vida bajo el nazismo y la guerra para construir un relato sobrio, con actuaciones excelentes, pero demasiado plano en su desarrollo narrativo, con emociones contradictorias y sutiles que ayudan a comprender mejor cómo es la existencia bajo una dictadura y cómo las personas muchas veces se juegan la vida sin darse cuenta, a veces por valentía, tal vez por un plato de comida, otras como una especie de juego para no caer en la locura o en la desesperanza, todas vías posibles para enfrentar el horror que se vuelve habitual.