El exorcista del papa

Crítica de Santiago García - Leer Cine

El exorcista del Papa se inspira en los libros del famoso Padre Gabriele Amorth, el exorcista más famoso del mundo, quien se desempeñó en la diócesis de Roma y proclamó haber realizado más de 50.000 exorcismos. Amorth fue un personaje mediático y su trabajo fue reflejado en un extraño documental llamado The Devil and the Father Amorth (2017) dirigido por William Friedkin. Dicho largometraje tuvo como origen la admiración de Amorth por El exorcista (1973) dirigida por William Friedkin, a quien Amorth consideraba la mejor película de exorcismos que se haya hecho. En eso, claro, estamos todos de acuerdo, pero el motivo de Amorth incluía el considerarla un registro muy logrado de un verdadero exorcismo.

Pero en la película del 2023 el Padre Amorth está interpretado por Russell Crowe y es una versión muy libre del personaje real. Amorth es el exorcista oficial del Vaticano y sus prácticas son discutidas por la jerarquía, aunque tiene el apoyo del Papa (interpretado por Franco Nero). Su estilo combina una profunda fe religiosa con una mirada racional sobre ciertos casos que no son verdaderas posesiones. En medio de los reclamos que le hacen, aparecerá un caso en España que necesita con urgencia la presencia del cura. Un niño ha sido poseído cuando junto a su madre y su hermana se mudan a una abadía que intentan restaurar. Un cura local será el asistente de Amorth. No es un caso cualquiera y el secreto oculto en el lugar puede hacer caer a toda la iglesia.

La película, ambientada en 1987, se destaca por la construcción de un relato que evita el exceso de golpes de efecto y pone énfasis en el protagonista de una manera no solemne, aún con la gravedad del tema. Elige confiar en los espectadores y esquiva parecerse a los peores exponentes del género, mientras que parece haber tomado nota de los mejores. Todos estos méritos se concentran en el personaje central, que es lo que convierte a El exorcista del Papa en una película que vale la pena.

El padre Amorth encarnado por Russell Crowe parece salido de una película de John Ford, tiene sentido del humor, es un poco borrachín, tiene una nobleza inquebrantable y mucho coraje. El diablo odia los chistes, dice en un momento. No sería posible este personaje sin la presencia aligerada y a la vez potente del actor. Mucho se dice que Crowe pasó de ganar dos Oscars a películas como estas, pero no es fácil realizar cine de género con la calidad que él ofrece. Sus aires a lo Orson Welles lo hacen doblemente querible.

La película tiene algunas ideas interesantes y sofisticadas y, a diferencia de otros títulos, sostiene la fe religiosa como algo indispensable para combatir al mal. Abreva en las ideas del verdadero Amorth, que pensaba que el diablo estaba detrás de los más sangrientos momentos de la historia de la humanidad. No puede evitar, sin embargo, sumar más efectos visuales de los necesarios en el final, pero eso no borra lo hecho hasta ahí. Russell Crowe en una Vespa justifica la existencia de esta película.