El día después

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Confusión y autoengaños cotidianos

Si salimos del circuito de los festivales internacionales, la obra de Hong Sang-soo es en términos prácticos desconocida para el gran público, lo que sinceramente es una pena porque el director y guionista es uno de los maestros contemporáneos del cine minimalista y melancólico. El coreano se especializa en el arte de escudriñar -desde el laconismo- cada pequeño recoveco del amor mediante una coctelera de influencias cinéfilas que abarca una pluralidad de realizadores, como por ejemplo Ingmar Bergman, Jean-Luc Godard, Robert Altman, John Cassavetes, Woody Allen y sobre todo Éric Rohmer. Al igual que el francés, Hong gusta de retratar la trivialidad y los misterios de ese azar tragicómico que parece guiar las relaciones románticas entre los personajes, siempre remarcando que el ideario y la sensibilidad de los susodichos resultan más importantes que la trama propiamente dicha.

Las herramientas formales son más o menos siempre las mismas: tenemos una enigmática colección de tomas secuencia con cámara fija -condimentadas vía zooms furiosos sobre los rostros y algún que otro flashback esporádico- en las que dos o más personajes se traban en extensas conversaciones alrededor de su rutina, su idiosincrasia o los pormenores del vínculo en cuestión, poniendo en interrelación tanto los puntos a favor como los elementos en contra de cada caso. El Día Después (Geu-hu, 2017), su último opus, es otro pantallazo prodigioso en torno a sus obsesiones más lúdicas, léase la falta de comunicación y los equívocos que provoca, pero en esta oportunidad curiosamente dejando de lado -en gran medida- el tono de comedia dramática de antaño para privilegiar un pulso narrativo más acongojado e incluso más sobrio, coronado por una hermosa fotografía en blanco y negro.

Ahora bien, el planteo central asimismo es escueto a más no poder y hoy por hoy pasa por los problemas en los que se mete Bong-wan (Kwon Hae-hyo), el jefe cuarentón de la Editorial Kang, un hombre casado que recientemente se separó de su amante y secretaria Chang-sook (Kim Sae-byeok) y para reemplazarla contrató a la también joven Ah-reum (Kim Min-hee), una chica a la que conocemos en su primer día de trabajo en el lugar. La batahola se genera cuando la esposa de Bong-wan descubre un poema de amor escrito por él para su amante, circunstancia que deriva primero en la irrupción de la exaltada mujer en la editorial y luego en una buena golpiza contra Ah-reum, confundiéndola con la “tercera en discordia”. El asunto para colmo no se queda allí porque a posteriori de las disculpas del caso y de pedirle a la magullada que a pesar de todo por favor continúe en la empresa, Chang-sook reaparece de repente y Bong-wan no tiene mejor idea que contradecirse y echar a Ah-reum, ahora doblemente aporreada, tanto por el hombre como por sus mujeres.

Desde ya que Hong le pega duro al machismo cobarde y patético del protagonista y a la ceguera/ inocencia/ pasividad de los personajes femeninos, sin embargo el eje del relato está condensado en tratar de entender cada perspectiva individual -en especial con la “lógica” de los sentimientos y hasta una cierta espiritualidad- y enfatizar aquello de que la vida es un ciclo de ensayo y error que eventualmente llega a un fin que se parece bastante a la desconcertante oscuridad del comienzo. Una vez más el coreano se luce en la dirección de actores porque consigue trabajos estupendos de todos los intérpretes, los cuales dejan una ristra de corazones rotos que se homologan con la confusión y los autoengaños que van quedando en el trajín cotidiano como manifestaciones residuales de nuestro paso por este mundo. El absurdo y la disparidad intrínseca de determinadas situaciones se traslucen en diálogos irónicos que ocultan más de lo que revelan debido a que en esencia hablamos de seres fracturados que no logran del todo reconstruir los puentes que los unen entre sí…