El destino de Júpiter

Crítica de Santiago García - Leer Cine

La elegida

Lana y Andy Wachowski dirigieron en 1999 Matrix y entraron para siempre en la historia del cine. En aquel film, como en casi todos los que siguieron (Meteoro es la excepción) combinaron un despliegue visual de altísimo impacto que se convirtió en una marca de fábrica con las más variadas filosofías y religiosas. Matrix se convirtió en un film de culto, citado hasta el infinito en innumerables películas, videoclips y hasta publicidades, desde los trucos visuales al vestuario, todo apareció en miles de otras expresiones visuales de los años siguientes y hasta la actualidad. Sus secuelas fueron muy esperadas, y la forma en la que se estrenaron –casi pegadas entre sí- permitió una inercia que las hizo exitosas, cosa que posiblemente no hubiera ocurrido en caso de haberse espaciado más. Hoy, ni Matrix recargado ni Matrix revoluciones, tiene peso alguno en el cine contemporáneo. La locura de los Wachowski se había convertido en algo excesivo pero también algo confuso. En Matrix no escatimaron tampoco en la mirada social ni en las referencias cinematográficas que fueron incluso más allá del homenaje, pero en las secuelas primó la confusión por encima de cualquier otra cosa. El destino de Júpiter es, sin duda, absolutamente fiel a las ideas de los Wachowski, una pieza más de una filmografía que va de lo sublime a lo banal sin escala alguna. Algunas ideas respiran enorme complejidad, otras parecen un consejo de revista dominical, y esto dicho sin ironía alguna. Jupiter (Mila Kunis) es hija de una mujer rusa y un hombre inglés, su vida como inmigrante en Chicago es dura. Se despierta de madrugada para limpiar los baños de las casas de clase alta, apenas si tiene tiempo para soñar con un destino mejor. Solo le queda un resquicio para –siguiendo los pasos de su padre- mirar a las estrellas. Jupiter, nombrada así por deseo de su padre astrónomo, odia su vida. Pero, como en su momento ocurría con Neo en Matrix, ella es la elegida. Ella tiene un destino diferente al que cree y llegará del espacio quien se lo hará saber. Caine (Channing Tatum) será su cazador y su guardaespaldas en una aventura cuya espectacularidad no impide que veamos las muchas contradicciones de la trama. Los Wachowski se pasan de citas a su propio cine y a, principalmente, la saga de La guerra de las galaxias, pero no tanto la saga inicial, sino la segunda. Tampoco falta un absurdo, anticlimático e injustificable homenaje a Brazil y a su director Terri Gilliam, quien hace acto de presencia en dicha escena. La narración se pierde entre tanta espectacularidad y no todo es tan impresionante como pretende. Tantas idas y vueltas tiene la trama que es difícil analizar en serio cual es la mirada que la película posee sobre cualquier tema o aunque sea algún tema. Esta historia galáctica que no sea ahorra tampoco algunas ideas de tragedia griega o de Shakespeare adolece del mismo exceso de producción que los anteriores films de los directores, dejando en claro que su desenfreno visual no da necesariamente una gran obra. Ya pasó mucho tiempo desde Matrix y empieza a quedar claro que las ambiciones originales que Lana y Andy tenían, no se vieron reflejadas en sus films posteriores. El destino de Jupiter es coherente con su filmografía previa aun –o principalmente- por sus defectos.