El destino de Júpiter

Crítica de Martín Chiavarino - A Sala Llena

La cosecha del tiempo.

La ciencia ficción siempre ha sido un género complejo para los directores con un destino esquivo e imprevisible. Algunas películas que fracasaron en la taquilla en su momento se han convertido en obras de culto muchos años después para un público fiel, mientras que grandes éxitos han sido olvidados en el desierto de las novedades fatuas.

Siempre fieles a sus presuntuosas ideas, el derrotero de los hermanos Wachowski ha sido caótico como sus películas, mezclando la resonante aparición de su primer gran éxito, Matrix (The Matrix, 1999), con las inferiores y decepcionantes secuelas de la misma (The Matrix Reloaded, 2003 y The Matrix Revolutions, 2003), la ridícula Meteoro (Speed Racer, 2008) y la fallida Cloud Atlas (2012). Cada nuevo film del dúo es una superproducción que suscita mucha expectativa y que desgraciadamente siempre defrauda al espectador. A pesar de los enormes errores en los guiones producto de la falta de desarrollo filosófico de las ideas, sus opus siempre logran generar polémica por el debate implícito en las concepciones o el incuestionable riesgo que implica el atreverse a lanzarlas al mercado.

En este caso, El Destino de Júpiter (Jupiter Ascending, 2015) reúne características de la ciencia ficción, los relatos fantásticos, los cuentos de hadas y hasta de la tragedia griega para proponer nuevamente, al igual que en Matrix y Cloud Atlas, una idea apocalíptica y ecologista sobre el destino de la humanidad. Júpiter Jones (Mila Kunis) es una joven de origen ruso que trabaja limpiando baños en Estados Unidos a pesar de los presagios de grandeza que le vaticina su ascendencia astrológica. Su vida ordinaria se ve trastocada cuando descubre que es la reencarnación de la regente de la casa de Abrasax, una dinastía de otra galaxia que posee el título de propiedad de la tierra. Cada uno de los herederos la busca por sus mezquinas razones imperiales para influir sobre el destino del planeta y del universo entero, destacándose el carácter atrabiliario de Balem (Eddie Redmayne).

En su desarrollo filosófico que parece un devaneo, El Destino de Júpiter ataca a las corporaciones capitalistas, las monarquías, al militarismo y a las burocracias públicas y privadas sin vacilaciones, defendiendo la libertad y un humanismo confuso, a la vez que busca desarrollar un espíritu ecológico ambiguo e impreciso similar al de Cloud Atlas.

La aparición de Terry Gilliam en una escena que homenajea a Brazil (1985), una de las joyas del director norteamericano, es un ejemplo de la introducción de elementos ad hoc que no aportan a la trama pero que confirman la necesidad de Andy y Lana Wachowski de expresar sus ideas -por más confusas que estas sean- contra viento y marea. El resultado de todo este magma caótico es una típica obra de ciencia ficción con efectos especiales extraordinarios que coronan una historia simple pero eficaz que por momentos amenaza con caer estrepitosamente en un abismo de diálogos y escenas anodinas. Sin embargo, en su confusión interna la propuesta logra construir un significado y mantener una coherencia que apenas lograba la anterior. Aún nos queda la esperanza de que en próximas entregas sus planteos filosóficos sean menos nebulosos y logren redondear una idea concreta como lograron en Matrix hace ya quince años, pero esa luz cada vez se vislumbra más lejana.