El demonio quiere a tu hijo

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Sacrificio en la intimidad

A esta altura del partido bien podemos afirmar que si Roman Polanski, Ira Levin y William Castle hubiesen cobrado unos billetes por cada clon de El Bebé de Rosemary (Rosemary's Baby, 1968), podrían haber sido millonarios con facilidad dentro de un ciclo de nunca acabar que se extiende por décadas de opus que intentan recuperar alguna faceta -o todas- de aquella obra maestra irrepetible del rubro “madre acosada que debe defender a su recién nacido a toda costa”. Sinceramente el susodicho debe ser uno de los subgéneros del terror que menos satisfacciones artísticas nos ha regalado porque resulta imposible nombrar por lo menos una propuesta potable en serio, a diferencia de lo que ocurre con otras ramas de la comarca de los sustos que sí han producido duplicados de impronta exploitation aunque relativamente disfrutables por derecho propio, bien orientados al consumo cultural pasajero.

El Demonio Quiere a tu Hijo (Still/ Born, 2017) es otro trabajo hiper olvidable acerca de una madre primeriza que sufre un caso grave de hostigamiento por momentos homologado a la paranoia y/ o al deseo sublimado de asesinar al infante, cóctel que asimismo permite a la narración combinar las diversas posibilidades en torno a la cuestión, a saber: en esta oportunidad los ruiditos extraños, las luces que se prenden solas y las figuras que acechan en las sombras pueden deberse a un cuadro de depresión post parto, a que el marido de la mujer le está siendo infiel con una vecina, a que la protagonista ya no soporta más el llanto del crío y finalmente a la insistencia de una entidad diabólica adepta a fagocitar apetitosos bebés (el -para nada sutil- título elegido para el estreno en Argentina lamentablemente se encarga de eliminar toda conjetura al respecto, aguando la fiesta antes de que comience).

La enferma psiquiátrica inducida de turno es Mary (Christie Burke), una chica que estaba embarazada de gemelos y que en el parto pierde a uno de los niños. Junto a su esposo Jack (Jesse Moss) y el pequeño que sobrevivió, bautizado Adam, la joven se muda a una casona de “nuevo rico” -ascenso de Jack mediante- y desde el vamos empieza a percibir cosas raras que sólo ella ve y que la convierten en una persona inestable a ojos de los que la rodean, quienes llegan a considerarla peligrosa e incapaz de cuidar a Adam. Más allá de El Bebé de Rosemary, la película también toma mucho de Actividad Paranormal (Paranormal Activity, 2007), una vez que la pareja instala cámaras en el hogar para determinar si es verdad que un fantasma anda detrás del pobre nene, y de Ju-on (2002), por nombrar sólo un representante del J-Horror de espíritus sádicos, testarudos y fanáticos del contorsionismo.

La primera mitad del convite está enmarcada en una catarata de clichés relativamente bien ejecutados por el director y guionista Brandon Christensen, aquí ofreciéndonos su ópera prima, y la segunda parte apuesta a un -a priori- interesante volantazo hacia el campo del sacrificio en la intimidad, en consonancia con el descubrimiento de Mary de que puede salvar a su hijo entregando un sustituto símil “ofrenda de sangre”, por lo que el bebé de la vecina burguesa se transforma en el candidato ideal. A pesar de las buenas intenciones, la prolijidad de la fotografía y hasta la presencia del gran Michael Ironside como el psiquiatra de la protagonista, el film en realidad nunca puede remontar vuelo y se queda muy pegado al suelo que todos conocemos, léase ese de las oportunidades desperdiciadas, la falta de imaginación y las mismas recurrencias de siempre del horror mainstream contemporáneo…