El dador de recuerdos

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Síntesis, simplismo... y Jeff Bridges

La novela de Lois Lowry en la que se basa esta película es anterior a las que originaron Divergente y Los juegos del hambre. Y 1984, de George Orwell, y sobre todo Un mundo feliz, de Aldous Huxley, son anteriores a The Giver. Todas estas obras de ciencia ficción presentan un futuro más regulado, más ordenado y siempre más siniestro. El control, la obsesión por manejar la vida privada, la represión con caras aparentemente benevolentes son constantes.

El dador de recuerdos es una película sintética, que en un poco menos de 90 minutos (los últimos 9 son de créditos que empiezan con una canción empalagosa) describe in extenso una sociedad con sus reglas, presenta no pocos personajes y cuenta la historia del conocimiento y su acceso por parte de unos privilegiados, los que dan y reciben recuerdos: nada menos que la historia y las emociones humanas, borradas con diversos métodos por esta nueva sociedad del control de forma (casi) perfecta.

Quien controla esta sociedad cerrada es la jefa de los mayores, interpretada por Meryl Streep con un poco de exceso brujeril en el aspecto. El veterano sabio es Jeff Bridges, motor de este proyecto de transposición cinematográfica con el que soñaba desde hacía mucho tiempo y que ahora pudo concretar con la dirección de Phillip Noyce. El australiano Noyce se ha destacado por su capacidad para la acción y el suspenso en Terror a Bordo, Peligro inminente y Agente Salt, pero en El dador de recuerdos demuestra mejor predisposición para las partes descriptivas o incluso para las conversaciones (las palabras y la idea de "precisión del lenguaje" son cruciales) que para la acción, y la última parte de la película estira inútilmente la idea de "aventura y peligro", lo que la debilita notoriamente: su acción está en las ideas -por momentos gruesas- sobre este futuro distópico, en la lucha por rebelarse y por dotar de color y calor a un mundo frío y terriblemente cruel (con una escena especialmente chocante). Como ocurría con Pleasantville, de Gary Ross, director de Los juegos del hambre, El dador de recuerdos pasa del blanco y negro al color.

El simplismo aqueja a este film a la hora de presentar "los recuerdos" al joven aprendiz: imágenes un poco publicitarias y un poco manipuladoras, quizás así dispuestas para ahorrar tiempo y ganar claridad, pero que chocan demasiado con la inteligencia sintética del diseño de producción. La película está al borde de desbarrancar cada vez que intenta "hablar los grandes temas" (libertad, emociones, amor, vida, muerte, lenguaje...) y por momentos parece hecha de forma un tanto inconsciente, como si se considerara la primera de las películas en contar este tipo de futuro. De estos y otros males la rescata parcialmente la actuación de Jeff Bridges, que no necesita ni siquiera empezar a hablar -ese momento en el que se lo ve sentado incómodo- para demostrar que es uno de los más grandes actores vivos, protagonista -entre otras muchas medallas- de una obra maestra soslayada como Texasville, de Peter Bogdanovich. Respeto.