El dador de recuerdos

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Nueva franquicia para adolescentes

El film, basado en la novela de hace dos décadas de Lois Lowry, narra una historia de amor que tiene como escenario un universo sin colores, donde en apariencia no existe el dolor. Con Jeff Bridges y Meryl Streep.

Finalizada la saga Harry Potter, retirados los vampiros almibarados de Crepúsculo y con Jennifer Lawrence ya bien crecida tal como se la observa en las páginas de Internet, el negocio del cine para adolescentes parecía estar en un punto muerto. Sin embargo, Hollywood barajó de nuevo, afiló otra vez sus colmillos y volvió a proponer otra serie de combinaciones entre la literatura y el cine. Este año ya se conocieron Ladrona de libros, Un cuento de invierno y Bajo la misma estrella, tres ejemplos diferentes en cuanto a propuestas temáticas pero que apuntan a ese sector del mercado, aquel que más consume cine dentro del cine. El nuevo estímulo para el púber cinéfilo es El dador de recuerdos, basada en la novela de hace dos décadas de Lois Lowry, que repara en una distopía sobre un mundo posible, constituido por el conformismo y las agradables apariencias donde no existe el dolor, la violencia o cualquier otro mal que altere a una comunidad que vive para el confort y la autosatisfacción. Jonas (el joven Thawaites), quien reside en un universo sin colores, armónico y sin conflictos, con ropa y vivienda similar a la del resto, será el designado por la Jefa Mayor (Streep, en plan de preguntarse cuándo le depositan el dinero en el banco) y así heredar la labor de The Giver (Bridges, también productor del film) para absorber los recuerdos que fueron eliminados por esa comunidad distópica donde no existe el lado oscuro de la vida. Por allí, ya que se trata de una historia de amor en medio de un relato en el que hay que dar a conocer la falsedad de un mundo, aparecerá la joven Fiona (Odeya Rush), quien le quita al sueño al elegido, el traumado Jonas. Pasan muchas más cosas que este mero esqueleto argumental, pero eso no es lo más importante, sino la forma que se transmite el discurso, hacia quienes está dirigido y el criterio de puesta en escena que el menos que discreto director Phillip Noyce (Juego de patriotas; El coleccionista de huesos) elige para construir una ficción donde se presenta un futuro utópico. Entre conversaciones plenas de aforismos y frases de afiches de enamorados, charlas sobre una herencia que Jonas no desea apesar de los requerimientos del viejo y cansado The Giver (algún que otro momento se puede rescatar allí), un riguroso diseño de producción que incluye una luz que abruma por su carácter gélido y mortuorio y una extraña atmósfera que homenajea a Orwell y su 1984 pero en versión infanto-juvenil, transcurre la hora y media de El dador de los recuerdos, un nuevo ejemplo de una manera de pensar al cine que parece no tener intenciones de tomarse ni un mínimo descanso.