El cuidado de los otros

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

"El cuidado de los otros": a puerta cerrada

La nueva realización del director de "Los globos", que compitió en el Festival de Mar del Plata, es seca, elíptica y cierra el camino a toda moraleja. 

Segunda película del realizador, guionista y actor Mariano González, toda la arquitectura de El cuidado de los otros se sostiene sobre un par de descuidos ínfimos, banales, de lo más cotidianos, que tienen lugar, uno tras otro, en un plazo breve. Dado que el relato es seco, elíptico y cierra el camino a toda moraleja, es difícil --si no imposible-- saber si es el azar, la fatalidad, el efecto dominó o alguna clase de intervención del Inconsciente lo que provoca que, como tantas veces ocurre, la reiterada rutina de todos los días se vea alterada por una interrupción, un corte, un sacudón que implica a un niño, sus padres, la chica que lo cuida y el novio de ésta. También en la vida es así: hay cosas que suceden sin que se entienda ni cómo ni por qué. Pero suceden.

El cuidado de los otros, que viene de participar en la Competencia Internacional del Festival de Mar del Plata, empieza como Los globos, la magnífica ópera prima de González (2016): con operarios trabajando en un tallercito barrial. Por cierto que lo que producen está fuera de lo que suele considerarse “circuito de producción”. Los globos del título allí; unos adornos baratos, entre los que predominan los Budas de mesita de luz, aquí. Si en una película aparece un icono religioso, en la mayoría de los casos es para significar algo en relación con la trama. No parece ser el caso: el crítico se partió la cabeza preguntándose si la trama de El cuidado de los otros podía tener alguna relación con el budismo, y no halló ni la punta de ese hilo. Lo que está claro es que a González le gusta mostrar el trabajo manual en cine, tal vez porque es una tarea que exige la clase de dedicación, paciencia y silencio que parecen estar en la base de sus películas. Es una mera hipótesis, sin mayor importancia.

Lo que sí importa es que de acuerdo a la división del trabajo capitalista, las tareas manuales, salvo que se trate de artesanías artísticas, quedan a cargo de una clase social: la clase trabajadora. Para poder llegar a fin de mes, Luisa (Sofía Gala Castiglione) hace tareas diversas. Además de los Budas y mientras su novio Miguel (el propio González) le enseña a cortar plástico, Luisa cuida niños. Un niño. Feli (Jeremías Antún), a cuyo cargo lo deja su madre (Laura Paredes). Luisa sale a tirar la basura y cuando vuelve encuentra la puerta del departamento cerrada por un golpe de aire. Intenta abrirla sin éxito y llama a su novio para que le traiga copia de la llave. Abren, entran, encuentran a Feli durmiendo en calma, Luisa sale un momento a atender un asunto con la vecina de al lado. Vuelve, Miguel se va, Luisa se pone a jugar con Feli. Encuentra que su novio se olvidó la billetera, de la cual mientras estaba con el chico se le cayó, sin que se diera cuenta, algo envuelto en papel. Feli se siente mal, le sube la fiebre, tiembla, y Luisa decide alcanzárselo a la mamá, que es médica (Laura Paredes). Feli está intoxicado, según todo lo indica por haber aspirado sin intención alguna sustancia que no debía.

Está claro que González no es afecto a los gritos, los desbordes, los golpes de melodrama, el empujar las cosas al extremo. Salvo un único momento, en el que hay un incidente físico que la cámara muestra, de manera sintomática, al soslayo. En El cuidado de los otros, como en Los globos, la procesión va por dentro. Y esto no tiene nada que ver con los Budas, ya que el budismo no contempla las procesiones. El malestar es sordo, y lo carga sobre todo la silenciosa Luisa, que trata de visitar a Feli sin que le permitan pasar a la sala de Terapia Intensiva. Luisa sufre, calla, ocasionalmente estalla en llanto, y la cámara la sigue, llevada en mano y desde atrás, en lo que no puede sino identificarse como “estilo Dardenne”. Podría decirse que todo (o casi todo) lo que le pasa a Luisa le pasa en ese fuera de campo que es su interior, del que asoman expresiones, miradas, gestos. Sofía Gala Castiglione parece la actriz perfecta para esto: es seca, contenida, aparentemente dura y sin embargo sumamente sensible. Pero más que nada para adentro, allí donde guarda todo lo que le está pasando.