El conspirador

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

La letra sagrada

En 1863, en el cementerio de Gettysburg, uno de los escenarios clave de la guerra civil estadounidense, Abraham Lincoln llamaba a sus compatriotas, tanto del sur como del norte, a sentirse convocados "a la inmensa tarea que nos aguarda en el futuro… que, con Dios, esta nación renazca para la libertad… Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparezca de la tierra".

Lo que expresa el primer presidente republicano y decimosexto de su país es precisamente lo que intenta canalizar Robert Redford en su nuevo filme (detrás de cámara), tan didáctico como estratégico: el espíritu de la democracia, la gran metafísica norteamericana, defendiéndola a través de un elogio monocorde de su libro fundacional, la constitución (y su ejercicio).

Dos años antes de la muerte de Lincoln, en 1865, el capitán Frederick Aiken no imaginaría jamás que sería el abogado defensor de uno de los cuatro acusados por el asesinato de su líder. El senador Johnson, que le entrega el caso a Aiken, entiende que un sureño como él no es la persona ideal para alegar por la inocencia de Mary Surratt, una mujer católica de 42 años, dueña de la hostería donde uno de sus hijos, junto con otros rebeldes, entre ellos John Wilkes Booth (quien mató al presidente), planificaron el atentado.

Lo que sucede en un principio con Aiken, que por su ideología descree de la inocencia de su cliente, es la posición de la mayoría. El tribunal militar que juzga a Surratt es prácticamente una pantomima. El veredicto del jurado antecede al juicio, lo que no impide que Aiken busque probar la inocencia de su defendida una vez que entienda que los principios prevalecen frente al discurso partidario y la coyuntura política. "Se trata de la constitución", le dirá a su adversario jurídico.

¿Fue Surratt inocente? Es posible, pero no es la prioridad de Redford demostrarlo; más bien se trata de impartir una lección abstracta y elemental sobre derecho constitucional. Lo que importa aquí no es el cine sino ilustrar el valor supremo e indudable de esa biblia secular llamada constitución. No será la última vez que se sacrifiquen las imágenes en nombre de la patria.