El conjuro 2

Crítica de Jesús Rubio - La Voz del Interior

Un espectáculo del susto

En El conjuro 2, el director malayo James Wan vuelve sobre otro caso real investigado por el matrimonio de Ed y Lorraine Warren. Y se da el gusto de sugestionar al espectador.

Se suele definir el miedo como una sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real o imaginario. Mientras que el susto es una impresión momentánea de miedo por algo que aparece u ocurre de forma repentina e inesperada. Una puerta que se cierra de golpe da susto, no miedo.

James Wan es uno de los pocos directores que logra combinar de manera envidiable el miedo y el susto. Después de ver El conjuro 2, apagar la luz y rezar un Padrenuestro antes de conciliar el sueño puede convertirse en algo aterrador, ya que se hace difícil no pensar en esa monja que persigue al matrimonio Warren.

La historia transcurre en las vísperas de Navidad de 1977 en Enfield, Inglaterra, en una típica casa de barrio habitada por una familia disfuncional de clase media baja: el padre se fue con otra mujer y la madre está a cargo de sus cuatro hijos, dos varones y dos mujeres. El nacimiento del punk y Margaret Thatcher en ascenso son el telón de fondo. Es en este contexto donde Wan recrea el caso de posesión demoníaca más documentado de la historia.

Los encargados de la investigación vuelven a ser los especialistas en sucesos paranormales Ed y Lorraine Warren (interpretados nuevamente por Patrick Wilson y Vera Farmiga). Son ellos quienes, gracias a su química, hacen avanzar la película; y son ellos, también, los protagonistas de una historia de amor que se desarrolla por debajo de la trama principal.

La película empieza con un prólogo dedicado al caso de Amityville, sucedido en 1974. James Wan va a tener presente tres películas fundamentales: El exorcista (1973), Aquí vive el terror (1979) y Poltergeist (1982). Y es ahí donde el director malayo se hace fuerte, al demostrar el conocimiento que tiene del género que aborda.

Si bien recurre a los mismos elementos de El conjuro (2013), lo destacable de El conjuro 2 es la capacidad de Wan para sugestionar al espectador. El problema es el método que aplica, que consiste en la imposición del miedo a través de una serie de sustos: ventanas que estallan, puertas que se cierran con estrépito, casas con escaleras y sótanos y chimeneas tenebrosas, focos que se rompen, hamacas que se mueven solas, sillas que se desplazan de la nada y crucifijos que se invierten.

James Wan trata con respeto el caso de Enfield, pero lo hace siguiendo los mandatos del cine comercial de Hollywood. Le falta tomar riesgos e intentar una prosa cinematográfica a la altura de su conocimiento del género.

La balanza se inclina por el efecto sorpresa y por la aparición repentina. Y todo con una alta dosis de espectacularidad. El conjuro 2 es un espectáculo del susto.