El color que cayó del cielo

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

La magnífica El color que cayó del cielo arranca con un fenómeno cósmico: en plena noche, un objeto luminoso cae del cielo. La secuencia reconstruye la posible perspectiva de los habitantes del noroeste del Chaco, unos 4.000 años atrás. Los mocovíes aún tienen memoria de ese relámpago cósmico que descendió a la Tierra.

De ese pasaje inicial y mágico, lo que sigue irá abandonando el mito, no el asombro asociado a fenómenos que exceden la escala humana y a los que los mitos suelen aludir. Sergio Wolf aportará datos históricos de los primeros exploradores en la región.

Lo que viene luego es apasionante: en una suerte de contrapunto simbólico, las investigaciones del científico de Pittsburg William Cassidy y las aventuras de un coleccionista (contrabandista) de Tucson, Robert Haag, se convierten en el centro del relato. Cassidy retoma su exploración en Campo del Cielo en la década de 1960. Con Wolf revisan cuadernos de viaje, fotos y películas en 16 mm. La fría racionalidad del científico no consigue acallar su circunspecta conmoción al recordar a los habitantes del lugar. Es un instante hermoso y delicado, una escena fugaz que denota el punto de vista amoroso.

Haag debe ser el dealer (de meteoritos) más simpático del mundo. Delirante, felizmente obsceno, su espíritu de comerciante no eclipsa su costado aventurero. ¿A quién se le puede ocurrir pasar por la frontera del Chaco un meteorito gigante para sacarlo del país en barco desde Rosario?

El color que cayó del cielo es una prueba de que la realidad supera a la ficción. Wolf convoca personajes extraordinarios y orquesta un relato sostenido en hechos que tuvieron lugar en un espacio específico. ¿Es posible concebir un documental de aventuras? Esta historia contada en 73 minutos es una demostración de eficacia narrativa al servicio de ilustrar lúdicamente un placer casi desterrado del cine de hoy: el de conocer.