Dallas Buyers Club: El club de los desahuciados

Crítica de Emiliano Fernández - A Sala Llena

Guerrilla antirretroviral.

Al igual que 12 Años de Esclavitud (12 Years a Slave, 2013), El Club de los Desahuciados (Dallas Buyers Club, 2013) analiza con una enorme eficacia un tópico muy importante que excede cualquier criterio pasatista de reflexión cinematográfica. El film tiene por contexto aquellos primeros años de la epidemia del SIDA, léase década de los 80, cuando el lobby salvaje de las corporaciones farmacéuticas permitía la aprobación sólo de medicamentos propios como el AZT, vía homologación del corrupto organismo gubernamental encargado de tales devenires, la Administración de Alimentos y Drogas, dejando fuera a los primeros cócteles de fármacos que comenzaban a surgir mediante pequeños traficantes que los distribuían entre los enfermos, bajo la amenaza de prisión por vender drogas no aprobadas.

La historia se centra en Ron Woodroof (Matthew McConaughey), un electricista texano, mujeriego y homofóbico que suele participar en rodeos y apostar “más de la cuenta” en ellos. Luego de desvanecerse sin preaviso, le diagnostican VIH y su vida cambia de manera progresiva: sufre la discriminación y el hostigamiento de sus compañeros de trabajo, quienes lo tachan de “homosexual” en función de los prejuicios del momento, en el hospital local se le niegan los tratamientos experimentales con AZT, gracias a un “convenio” firmado entre el estado y las empresas productoras, y luego de probarlo mediante la compra ilegal, termina cruzando la frontera en busca de una última esperanza. En México encuentra los primeros cócteles y el gran éxito de los mismos lo lleva al contrabando y la distribución.