El ciudadano ilustre

Crítica de Eduardo Elechiguerra Rodríguez - Tiempo de Pochoclos

¿Cuáles son los alcances de un escritor reconocido con respecto a su pueblo natal? ¿Alcanza éxito gracias a o a pesar de su pueblo natal? Éstas son algunas de las preguntas que resaltan de El ciudadano ilustre, película argentina que se estrena mañana y que compite en el Festival de Venecia, donde recibió una ovación.

Con una simpleza que a ratos nos deja pidiendo más, el filme de Gastón Duprat y Mariano Cohn narra el regreso del escritor Daniel Mantovani a su pueblo natal para obtener un reconocimiento importante, cuya vuelta lo hace a través de la cursilería que despliegan los ciudadanos, amigos del escritor o lectores de su obra. Lo admiran de una manera tan ridícula que es casi sombría. El dúo de directores retrata todo este pequeño mundo entre matices y hechos evidentes. Es lo que le brinda humor a la trama: esta mezcla de fijación y encanto ante Daniel Mantovani. El escritor para su pueblo natal es más que una figura pública, es una figura de la cultura, casi una estrella pop.

Desde el ámbito pequeño de un pueblo, Duprat y Cohn van retratando cómo recibe cada sector de una sociedad a una figura de tal envergadura: los groopies, la municipalidad, los amigos. De esta manera, cada uno va desmoronando los alcances de la literatura con sus intereses particulares. Éste quiere cenar con el afamado, otro quiere salir de caza con él, este otro quiere que el escritor escoja un cuadro en particular en cierto concurso. A su vez, Mantovani va derrumbando las expectativas de los ciudadanos con sus propias decisiones. Es decir, se trata de un forcejeo constante que esboza una crítica de cómo funciona la sociedad. A fin de cuentas, el guión junto con el resultado final cuestionan a todas las figuras vinculadas con la historia: al autor, a sus lectores, a sus familiares. Todos terminan siendo como títeres de sus intereses. Ni siquiera Mantovani que es el más cuestionador se deslinda de esto.

Por su parte, si bien todo el elenco es sólido, es por supuesto Oscar Martínez, quien destaca con una fiereza taimada. Su Mantovani es un hombre tajante que no se calma con adulaciones, es crítico de sí mismo y de su obra, aunque también la defiende cuando es necesario. Hay un recuento de su vida que le dedican en el pueblo que remite a esta cursilería risible e incontrolable. Sin embargo, con su decisión de regresar, Mantovani se muestra como víctima indirecta de lo que ha escrito del pueblo, sean exageraciones o certezas.

Un proceso interesante que rodea la película es la publicación del libro homónimo y escrito por el propio Mantovani, aunque el personaje es evidentemente ficción. ¿O acaso no sea tan evidente? Sea como sea, la edición lo promociona como el único Premio Nobel de Literatura argentino y los espectadores que quieran continuar el proceso que se inicia con el filme, pueden comprar el libro en algunas librerías del país.