El cielo elegido

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Perdona nuestros pecados

La cuestión pasa por el debate dialéctico y el lugar que ocupan tres sacerdotes de diferentes edades y expectativas en este mundo tan cruel. Pero también, El cielo elegido profundiza el interior de los personajes, inestable y ciclotímico, junto a la misión que les corresponde por mandato divino.

Dentro de esos caminos, adyacentes y espinosos, en un momento de la película surge una historia en clave policial, expresada por el más veterano de los curas (Osvaldo Bonet), que implicaría o no al de edad intermedia (Osmar Núñez), y que llevaría a tomar una decisión límite al joven clérigo (Juan Minujín), ya con la sotana inculpada de pasión sexual debido a su "fiel" pareja (Jimena Anganuzzi). En tanto la película oscila entre extensas charlas sobre el rol asignado a los religiosos, otras líneas temáticas invaden la tesis inicial: el pacto policial, la presencia de la fémina, el sexo como pecado o culpa eterna, la cruel sospecha sobre el pasado de uno de los curas. Es decir, El cielo elegido acumula tramas y subtramas, cambios de tono, silencios y voces altisonantes que le hacen perder un único centro narrativo, una única forma de desarrollar un relato, que empieza tenso y verbalizado y que prosigue en un vale todo donde los hábitos se despojan y el verosímil se destruye en mil pedazos. No está mal que así sea, pero las infinitas vueltas de tuerca del guión estropea el clima inicial (lograda escena entre Bonet y Minujín a propósito del pacto "policial") que, más temprano que tarde, sumerge a la película en un declive sin retorno.
Hace más de diez años Víctor González estrenaba Ciudad de dios (no confundir con el film homónimo de Brasil), una áspera historia que se replegaba en imágenes contundentes más que en la explicación y el subrayado de los conflictos. En El cielo elegido se extraña eso y también a los dilemas existenciales de otros clérigos, aquellos que el gran Ingmar Bergman expulsaba a través de sus personajes que hablaban a través de susurros y nunca valiéndose de gritos. Víctor González, por su parte, elige otro camino; aquel donde se desea llegar al paraíso a través de la catarsis y la culpa a través del autocastigo sin contemplaciones.