El cazador

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

La vida por un automóvil

Hace tres décadas y algo más el cine australiano era pura novedad, originalidad, violencia física, escenarios naturales, mito o revelación, supervivencia. Películas como La última ola, Largo fin de semana o las dos primeras Mad Max, por nombrar sólo cuatro, reflejaban un mundo devastador, apocalíptico o un tanto posterior, con el desierto como geografía protagónica junto a personajes que sobrevivián en medio de un río de violencia. Lo bueno terminó cuando algunos de sus mejores directores (Peter Weir, George Miller) emigraron a Hollywood y se olvidaron de las carreteras y de los cruces culturales entre el progreso y el pasado ancestral. El cazador de David Michôd (Reino animal) intenta retornar a ese paisaje característico de aquel cine australiano con sus personajes demenciales, roñosos y dignos de temer, al contar una historia post apocalíptica que toma como eje al vagabundo Eric (Guy Pearce), un sujeto obesionado por recuperar su auto, robado en la primera secuencia de la película. En ese mundo sin canguros pero con la muerte entre ceja y ceja, Eric es un tipo de pocas palabras, desconfiado del otro, ajeno al altruísmo y a la ayuda humanitaria. En la primera mitad de El cazador aquel Mad Max de fines de los '70 resucita desde el minimalismo de la puesta en escena: seca, cortante, bien lejos de artilugios visuales que vayan más allá de una acción física y sin contemplaciones. Esos silencios de Eric y esa apuesta a sustraer en lugar de acumular información, comienza a modicarse desde la aparición de Rey (Pattinson), uno de los sujetos que le robó el auto al impávido y violento Eric. Allí la película tuerce hacia una zona difusa, Michôd le quita protagonismo a Pearce y se lo cede a Pattinson (quien hace todo lo posible para llegar a la sobreactuación) y el polvo del desierto, la carretera y los autos destartalados, viran a un discurso demasiado exterior, plausible al riesgo que implica aferrarse por vía de la metáfora y el simbolismo. Allí la violencia física le deja lugar a la violencia verbal y el film no es el mismo.