El buen mentiroso

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

UN JUEGO DEMASIADO SERIO

Lo de El buen mentiroso es un caso particular: el film del irregular Bill Condon (realizador de películas tan disímiles como La bella y la bestia, Mr. Holmes y las dos últimas partes de La Saga Crepúsculo) es uno de estafas y engaños que se quiere engañar a sí mismo pretendiendo ser algo más para lo que no tiene capacidad y estructura de largo alcance. Basado en una novela de Nicholas Searle, apela a una narración plagada de giros, de marchas y contramarchas, de revelaciones sucesivas, que funciona mientras privilegia el lado lúdico del asunto, pero que se cae a pedazos cuando se pone serio y sentencioso.

En la primera mitad, se percibe que Condon confía en el carisma de los actores principales para contar este juego de gato y ratón donde no termina de quedar claro quién es quién. Y hace bien, porque a Ian McKellen le sale de taquito la interpretación del estafador Roy, que va pasando de un pequeño golpe a otro, manejándose con habilidad en el submundo londinense; y lo mismo se puede decir de Helen Mirren respecto a Betty, una reciente viuda que se convierte en el blanco más anhelado por Roy y que parece esconder algo más que una fortuna a la cual no termina de disfrutar en plenitud. De ahí que la primera parte de El buen mentiroso sea un entretenimiento simple y liviano, pero también efectivo, que se permite ser bastante oscuro en algunos pasajes –particularmente una secuencia en una carnicería- sin dejar de lado el típico humor negro británico.

Pero ya entrando en la segunda mitad, cuando se empieza a entrar en los tramos donde las máscaras deben empezar a caerse y al mismo tiempo los protagonistas mostrar mayores tonalidades, El buen mentiroso pretende hacerlo realizando un doble movimiento: por un lado, retornando hacia el pasado sombrío y arrasado de la Alemania de posguerra; y por otro, construyendo una alegoría entre feminista y anti-machista. Lo cierto es que esa apuesta se revela como totalmente fallida, porque no solo es tremendamente superficial desde lo discursivo, sino también torpe en su ejecución e incluso irrespetuosa de su propio posicionamiento ideológico. Pero lo peor es cómo en el camino se pierde todo rasgo de jugueteo, diversión y retorcimiento de las reglas: la última media hora se vuelve así afectada, innecesariamente seria e incluso previsible –las vueltas de tuerca se ven venir a la distancia-, lo que conduce al aburrimiento.

Teniendo a dos estrellas como McKellen y Mirren, que saben aplicar su carisma y talento para los relatos clásicos, El buen mentiroso quiere dárselas de adulta y actual, y trastabilla en ambos aspectos. No se trata de que tuviera que apostar a la diversión aun teniendo elementos escabrosos a disposición, sino de que supiera torcer sus propias reglas narrativas pero sin romperlas, encontrando el equilibrio necesario que requería su premisa. Pero Condon no es Brian De Palma: no tiene su astucia, lucidez o atrevimiento para hacer creíble lo increíble, y por eso El buen mentiroso arruina sus méritos iniciales con un final torpe y estirado. A veces, la seriedad mata a la inteligencia.