El botón de nácar

Crítica de Roger Koza - Con los ojos abiertos

El misterioso bloque de cuarzo contiene una gota de agua. Patricio Guzmán inspecciona esa evidencia que detenta 3000 años de antigüedad con la reverencia de un arqueólogo o un geólogo. Son las primeras imágenes de su meditación cósmica y política que empieza con el agua. La veneración frente a ese objeto natural es comprensible. No es un blancuzco cascote impenetrable; más bien, se trata de una huella cósmica que prefigura la historia de la vida de un planeta. La especulación cosmológica revela la contingencia y la suerte: el agua llegó del cielo.

Entre el cielo y los océanos están los primeros hombres. En el sur del continente, antes de la invención de Chile, vivían los hombres originarios. Guzmán los introduce primero por el testimonio fotográfico y los denomina poéticamente como los nómades del agua. Un poco después, los pocos sobrevivientes de su estirpe cuentan su pasado. Eran pueblos marítimos que sentían la conexión con el agua y que imaginaban además que, al morir, se transformaban en estrellas. La intuición mítica, aquí, no riñe con la precisión y la curiosidad científica.