El bebé de Bridget Jones

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

En El bebé de Bridget Jones falta todo lo que estaba bien en la primera película: la química del trío amoroso, la gracia de Renée Zellweger, el timing para los chistes, el montaje preciso y justo, Hugh Grant. De eso apenas quedan algunas convenciones obligadas de la comedia romántica que funcionan poco o mal. Bridget, que revive el drama de su soltería a los cuarenta, queda reducida apenas a un personaje torpe, tonto y se convierte en fuente recurrente de gags tipo slapstick con caídas en el barro o en blanco de burlas y maldades en general. Colin Firth, en cambio, mantiene en perfecto estado a su Mr. Darcy y hasta lo mejora. Patrick Dempsey cumple en su papel algo deslucido de norteamericano ventajero. La película en general es anodina y sin sobresaltos, todo parece más o menos automático, como si la directora suscribiera a los lugares comunes mínimos del género sin preocuparse demasiado por el espesor de sus personajes: triángulo amoroso, equívocos, error de la mujer, rivalidad entre los candidatos, idas y vueltas, indecisión de ella, uno de los dos se revela como el hombre correcto. En el medio de todo eso, chistes. La potencia de la fórmula por sobre cualquier otra cosa. Lo curioso es la manera en que la película toca la cuestión de la femeneidad: por un lado, el guion, en un inesperado gesto de incorrección política, se ríe abiertamente de una marcha de mujeres haciendo que Colin Firth cargue a Bridget embarazada, con “Up Where We Belong” sonando de fondo, en dirección opuesta a la que se dirigen las manifestantes exaltadas con sus pancartas. Después, los familiares y amigos que llegan al hospital se refieren despectivamente a la manifestación y sus reclamos (que una película argentina hiciera eso, sobre todo en tiempos de Ni una menos, sería algo intolerable). La incorrección sigue con la campaña política de la madre y sus eslóganes xenófobos. Al par de todo eso, la película no necesita sobreactuar su evidente feminismo: Bridget, una mujer fuerte a pesar de sus despistes, es la que debe decidir con qué hombre se queda, mientras que los dos revolotean alrededor suyo a la espera de un veredicto favorable. Es curioso que algunas críticas señalen una supuesta mirada machista en el hecho de que Bridget quiera conocer cuál de los dos es el padre de su hijo, ya que la película muestra algo bien diferente: una mujer con el poder de elegir al macho que mejor le parezca. Pero, felizmente, el interés de la película corre por el lado del humor y del romance y no por el canal aburrido de la cuestión de género. La comedia romántica, incluso cuando se trata de una película con problemas como El bebé de Bridget Jones, obliga al cine a pensar rápido, a hacer mover a los personajes, las velocidades del amor requieren de una agilidad que se lleva mal con los comentarios serios acerca del “lugar de la mujer en la sociedad”. Basta con ver a la ginécologa: entra y sale de escena en cuestión de segundos, casi sin ser vista, sus líneas son breves y punzantes, llenas de una maldad solo equiparable a la inteligencia actoral de Emma Thompson, cuya médica oficia abiertamente de voz moral de la película.