El bebé de Bridget Jones

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

La tercera entrega es, por lejos, la menos inspirada de la saga.

El diario de Bridget Jones (2001) es un clásico de la comedia romántica. Bridget Jones: Al borde de la razón (2004), una secuela con problemas pero finalmente irresistible. El bebé de Bridget Jones (2016), un regreso innecesario. Por más que haya sido dirigida por la misma realizadora de la película original (Sharon Maguire) y apele desesperadamente a trucos demagógicos para reconquistar a la platea femenina, esta tercera entrega luce casi siempre forzada y -hay que decirlo- muy poco graciosa.

Los recursos que antes funcionaban (la voz en off del diario personal, la autoconciencia de la torpeza personal, cierto espíritu inocente y old-fashioned, el abuso de canciones populares) ahora resultan entre torpes y desganados. No sólo los protagonistas envejecieron (en varios casos no demasiado bien) sino también la franquicia, que por momentos parece una mala copia de Sex & the City.

La película arranca con el funeral de Daniel Cleaver (es muy triste todo lo que se hace con el personaje de Hugh Grant para justificar su ausencia en la película) y allí se reencuentran Bridget Jones (una Renée Zellweger que, a sus 47 años, parece bastante más veterana que los 43 que tiene su personaje) y Mark Darcy (Colin Firth), que se ha casado, pero -tranquilos- ya se está divorciando.

Bridget es una productora de un noticiero de televisión que se siente una “solterona” antes que una “apetecible MILF” (todos son términos que utilizan los personajes). Avida de un poco de acción y sexo luego de un cumpleaños en soledad, viaja al festival de Glastonbury, donde maltratará un poco a Ed Sheeran (los cameos de artistas populares es uno de los guiños de la saga) y disfrutará de una noche de placer con Jack (Patrick Dempsey), un millonario estadounidense creador de un exitoso website de citas románticas que predice el éxito de una eventual pareja a partir de un algoritmo. Claro que ella también tendrá un encuentro íntimo con Darcy, quedará embarazada y tendrá dos posibles padres para la criatura. Las angustias de la maternidad (tardía) y el triángulo romántico (con las contradicciones y la rivalidad entre los dos candidatos) son los ejes de un film mecánico y cansino en el que los personajes secundarios (muchos de ellos a cargo de intérpretes de primerísima línea) regresan con más pena que gloria.

Zellweger lucha por sostener la frescura, el encanto y el carisma de hace más de una década y hay algo encomiable y conmovedor en esta batalla perdida, pero que ella no resigna con facilidad. Algo parecido ocurre con la película en sí, que -heredera de otro tiempo y otras sensibilidades- intenta sintonizar con un universo que le resulta hostil y hasta cruel.