El baile de la victoria

Crítica de Santiago García - Tiempo Argentino

Buenas ideas sin rumbo fijo

Tras beneficiarse de una amnistía general, un veterano ladrón de cajas fuertes y un joven ratero se plantean objetivos muy distintos. Sin embargo, el destino terminará cruzándolos.

El baile de la victoria es el nuevo film de Fernando Trueba, quien hace 30 años parecía destinado a cambiar o al menos renovar la historia del cine español. Ópera prima, El año de las luces y El sueño del mono loco lo convirtieron en un realizador de renombre, pero su mayor fama mundial llegó cuando su film Belle Époque (1992) ganó el Oscar a la mejor película extranjera. Sus siguientes películas, algunas buenas, no recibieron una repercusión semejante y recién con El baile de la victoria volvió a alcanzar algo más de trascendencia. Este nuevo film de Trueba fue enviado por España como parte de la selección de películas destinadas a competir por el Oscar mejor film extranjero. Tal vez con la esperanza de que su director sea tomado en cuenta por haberlo ganado antes o con la fe de que uno de sus protagonistas, Ricardo Darín, empuje también a dicha estatuilla. Sin embargo, la película presenta un pequeño problema: es muy fallida. La historia que cuenta es una ambiciosa combinación de elementos y una arriesgada mezcla de tonos y géneros. Un joven ratero de poca monta (Abel Ayala) y un veterano ladrón de cajas fuertes (Ricardo Darín) son beneficiados con una ley de amnistía al regreso de la democracia en Chile. El joven intenta entonces convencerlo de realizar un robo que, en teoría, parece brillante. Además de esta trama, hay una historia de amor entre el joven y una bailarina, cuyos padres fueron asesinados durante la dictadura. Trueba adapta el libro de Antonio Skármeta (el mismo escritor en cuya obra se basó El cartero) y decide apostar al melodrama, al policial negro, a la comedia, al film político y hasta coquetea con tópicos del western. Pero misteriosamente, y aun cuando se notan varias ideas interesantes, la ejecución de las mismas es, en términos generales, insuficiente, incluso por momentos bochornosa. Los actores, a excepción de Ricardo Darín –que aporta lo más acertado del film–, están muy lejos de lograr convencer con sus trabajos. A medida que la película avanza, delata una ambición cada vez más cercana al lirismo y a la poesía, ambición que Trueba no logra entretejer con las formas realistas que la película también intenta sostener. A diferencia de muchos otros films fallidos que se estrenan a lo largo del año, El baile de la victoria produce una frustración mayor, no sólo por el talento de varios de los involucrados en su realización, sino también porque detrás de cada escena se alcanzan a ver algunas ideas buenas y arriesgadas que, en la totalidad de la película, finalmente quedan desperdiciadas.