El baile de la victoria

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Una sombra ya pronto serás

¿En serio es una película de Fernando Trueba? ¿En serio es un film con Ricardo Darín? Cuesta entender (no tanto explicar) cómo esta transposición del best seller del chileno Antonio Skármeta resulta tan fallida. Nada, absolutamente nada funciona en ninguno de los terrenos. Hasta el astro argentino -que saca a relucir todo su oficio para no caer en el ridículo- luce forzado, incómodo e inverosímil ante los diálogos ampulosos, antinaturales, sobreescritos de su personaje (en verdad, de todos los personajes).

El film -ambientado durante la incipiente apertura democrática chilena pero con la sombra aún omnipresente del dictador Augusto Pinochet- narra la relación que se va estableciendo entre dos personajes opuestos entre sí que salen casi al mismo tiempo de la cárcel producto de una amnistía generalizada en el país: por un lado, Nicolás Vergara Grey (Darín), un cincuentón duro, curtido, mito viviente del hampa, que está de vuelta de todo, cuyo único objetivo es recuperar a su mujer Teresa (Ariadna Gil), ahora en pareja con un millonario reaccionario, y a su hijo preadolescente al que casi no conoce y menos entiende; por el otro, Angel Santiago (un exagerado Abel Ayala), ladrón de poca monta, veinteañero, inocente y entusiasta, que se enamora perdidamente de Victoria (Miranda Bodenhöfer), una bailarina muda que ha quedado traumada por el asesinato de sus padres a mano de los militares.

La obviedad de la relación padre-hijo (sustituta, claro) y maestro-aprendiz es lo de menos. El baile de la Victoria no funciona jamás cuando apela al thriller político a-lo-Costa Gavras, al melodrama romántico, a los códigos del noir, a la comedia costumbrista ni al retrato sobre las insuperables diferencias sociales. Es más, por momentos da vergüenza ajena por la elementalidad de sus líneas de diálogo, el uso torpe de los flashbacks y la voz en off (ugggghhh, esa espantosa escena en la que Nicolás se reencuentra con Teresa y ambos “dialogan” en sus mentes), la musicalización subrayada, el montaje...

Trueba -un director en caída libre, que supo hacer unas cuantas buenas películas, desde El sueño del mono loco hasta La niña de sus ojos, pasando por Belle Epoque y su incursión hollywoodense con Two Much- dilapida incluso los escasos momentos de intensidad, como cuando Darín entona ante la mirada de su amada una desgarradora versión a-lo-Tom Waits de El día que me quieras y el realizador la "engancha" con un solo de trompeta bien grasa.

Película pomposa, grave, afectada (con una absurda mezcla de tonos y acentos) y, al mismo tiempo, edulcorada y falsamente lírica (qué fea utilización de la poesía de Gabriela Mistral), El baile de la Victoria es una película tan llena de cosas insustanciosas que termina siendo tan vacía y hueca como las obvias citas cinéfilas de un Trueba que hoy resulta una sombra, un fantasma de ese gran director que alguna vez fue.