El Avispón Verde

Crítica de Mex Faliero - CineramaPlus+

El avispón verde es una película divertida, arbitraria, tonta en el buen sentido, donde incluso la violencia es una herramienta más que aporta sentido, reflexivo o cómico.

Hay algo que, debo reconocer, me comenzó a fascinar de El avispón verde una vez que la película empezó a sedimentar. Y es que esta no será la película de Michel Gondry con la que la platea cool doliente (esa con la que Tim Burton ha engrosado notablemente su billetera) nos castigará hasta la aparición del próximo artefacto al uso: ¿recuerdan Eterno resplandor de una mente sin recuerdos? Pasa que El avispón verde es una película de superhéroes, una de piñas y tiros, es decir, “una idiotez”. Y, para peor, con un punto de vista sobre el universo de los héroes enmascarados que saca a la luz toda la idiotez e imbecilidad de este tipo de personajes. Pasa, fundamentalmente, que El avispón verde es una película de Seth Rogen antes que una de Gondry. Y al igual que la pareja de Britt Reid y su fiel asistente Kato, el actor/guionista y el director se complementan efectiva, afectiva e inteligentemente.

Veamos lo efectivo. El Britt Reid de Rogen no es muy diferente de los personajes que el actor ha sabido crear hasta aquí en el marco de la comedia: un poco hedonista, un poco gil, un poco querendón; 100 % oso de peluche. Aunque, también, con una voracidad verbal asombrosa. Prestar atención a cómo en las comedias de Rogen (y esta en parte es una comedia) el sonido es fundamental: si bien él puede no aparecer en plano, desde el off alguna acotación convierte un momento cualquiera en una explosión hilarante. No deja de ser experimentación pura: comedia que no se ve, humor de voz de altoparlante. Lo interesante es que esta revisión cómica del programa radial de los 30 y de la serie televisiva de los 60 funciona perfectamente en su faz satírica, como no lo hacía la fallida Starsky y Hutch de Todd Phillips, sencillamente porque aquella perdía la esencia de la serie a los dos minutos. Uno puede y debe reelaborar, pero sin olvidarse sobre la base de qué lo hace. Y en ese plan es bueno el trabajo de Gondry, dándole un sentido estético al producto, por más que defeccione en algunas escenas de acción, sobre todo en el final.

Veamos lo afectivo. No sé si hay mucho cariño sobre el personaje original, si a alguien le interesó demasiado respetar a los seguidores de El avispón verde (¿quedó alguno?). Pero sí que hay una sólida creación por parte de Rogen y una muy original revisión del universo de superhéroes. De hecho, el film funciona mucho mejor en su primera parte, que es donde le da origen al mito, le da un sentido y donde expone de manera más explícita sus referencias e influencias. Y, especialmente, hay gran atención a algunos pliegues muy poco explorados en este tipo de productos, más interesados en los anabólicos de sus escenas de acción y efectos especiales. Brilla y sobresale, pues, el vínculo entre Reid y su asistente Kato. Brilla en el orden de la nueva comedia americana, en esa exploración del homoerotismo (ver la gran I love you man) y en una adecuación de la amistad masculina como un espacio donde se debaten cuestiones de honor. Que Reid presente a Kato como “mi hombre”, es una feliz e inteligente revelación que viene a poner las cosas en su lugar tras muchos años de historias de enmascarados. Si lo sabrá el Hulk de Ang Lee, que tras los conflictos de identidad se escudan muchas cosas que incluyen o, pueden incluir, lo sexual.

Veamos lo inteligente. Tras una aparente torpeza, El avispón verde oculta mucha reflexión, capas y capas de sentido que indagan y exploran los caminos superheroicos, la justicia por mano propia, la severidad que puede esconder a una buena persona, la mentira, la política, el poder. Y el poder de la palabra, sobre todo. Y esto es evidente en la presencia del villano en escorzo que interpreta Christoph Waltz. Especie de relectura de su coronel Landa de Bastardos sin gloria, este es también un hombre que se define por el habla, por la expresión oral. O, mejor, al que define el habla. Nadie puede pronunciar bien su apellido Chudnofsky, lo que -le dicen- le hace perder respeto. Por eso, pero más aún por torpe, cambiará su nombre a un directo Bloodnofsky. Y se vestirá de rojo. Es no sólo un chiste estupendo, sino además una referencia a la actualidad, donde lo que importa es la superficie de las cosas, su único y explícito sentido. La taradez de un cine de acción sin mayores dimensiones, que se debe leer de una sola manera. Desde allí parte esta vitriólica sátira a desmoronar, a la vez que autoimponer, un orden vinculado con la coherencia errante de los superhéroes.

Y por si todo esto no alcanza, El avispón verde es una película divertida, arbitraria, tonta en el buen sentido, donde incluso la violencia (como en Supercool, como en Pineapple Express, no casualmente guionadas por Rogen y Evan Goldberg) es una herramienta más que aporta sentido, reflexivo o cómico. Ver, sino, cuando el Kato de El avispón verde enroca con aquel Cato de La pantera rosa en la delirante paliza que ambos se propinan en la mansión de Reid, utilizando todos los objetos que los rodean en un prodigio de puesta en escena creativa que recuerda, por qué no, el espíritu de Buster Keaton en plan autodestructivo.