El asesinato de la familia Borden

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

La justicia del hacha

Dentro del folklore criminal norteamericano, sin duda una fuente inagotable de anécdotas y desvaríos, uno de los casos más famosos es el de los homicidios del 4 de agosto de 1892 de Andrew Jackson Borden y su esposa Abby Durfee Gray, quienes fueron encontrados asesinados con un objeto filoso que probablemente fuera un hacha, como se especuló en su momento porque la policía halló un ejemplar con el mango roto en el sótano de la casa de la familia Borden -sede de los crímenes- en la pequeña ciudad de Fall River del condado de Bristol en el Estado de Massachusetts. Lizzie Andrew Borden, la hija menor del hombre asesinado producto de un matrimonio anterior con Sarah Anthony Morse que derivó en 1863 en viudez, fue la única acusada formal ya que tanto la mujer como su hermana mayor Emma Lenora Borden no se llevaban bien con su madrastra Abby ni con su padre Andrew.

La otra persona que estaba presente en la residencia durante el momento de la masacre, la sirvienta de 25 años Bridget Sullivan, no fue señalada como corresponsable y lo mismo ocurrió con los otros dos habitantes del hogar por entonces, la propia Emma y el tío materno de las mujeres, John Vinnicum Morse, ambos fuera de la casa circunstancialmente en el trágico día en cuestión. Si bien se confirmó que Lizzie había intentado comprar ácido prúsico en una farmacia local y el clan en su conjunto se enfermó aparentemente por ingerir comida en muy mal estado tiempo antes de las muertes, con Abby diciendo por ahí que “alguien” había tratado de envenenarlos, Lizzie sin embargo fue declarada inocente porque no se pudo encontrar ropa suya alguna manchada de sangre ni tampoco se pudo comprobar que el hacha hallada en el sótano fuese de hecho el arma utilizada en los célebres crímenes.

Ahora bien, El Asesinato de la Familia Borden (Lizzie, 2018), la nueva película de Craig William Macneill, funciona como un thriller psicológico similar a la obra anterior del realizador, la también interesante The Boy (2015), en esta oportunidad sumergiéndose en el caso que nos ocupa y jugándose de lleno por la hipótesis de una supuesta relación lésbica entre Lizzie (Chloë Sevigny) y Bridget (Kristen Stewart), atracción mutua que se topó con el rechazo categórico por parte del autoritario, tacaño y distante Andrew (Jamey Sheridan) y de una Abby (Fiona Shaw) fundamentalmente interesada en la fortuna que amasó su marido en los rubros inmobiliario, textil, comercial y hasta bancario. Analizando el período previo a los homicidios y sus corolarios, el guión del debutante Bryce Kass construye un retrato íntimo del hogar de los Borden y de la disposición frágil y apesadumbrada de Lizzie.

La claustrofobia e hipocresía del ámbito en común pasan al primer plano en consonancia con un típico estudio meticuloso de personajes en el que las agendas individuales de cada miembro de la familia se corresponden con una estructura de poder bien tajante: el patriarca viola sistemáticamente a Bridget por las noches con el conocimiento de una Abby que no hace nada, el tío de las hermanas es un fracasado que manipula a Andrew para hacerse con la administración del patrimonio del clan y Lizzie, quien padece sucesivos ataques símil epilepsia, es la única que dice la verdad y se muestra aguerrida frente a la figura masculina ya que hasta su hermana es una cómplice pasiva de todo lo ocurrido. Más allá de diversas libertades artísticas en algunos datos aislados, la trama respeta en suma las características principales de los crímenes y desparrama especulaciones bien sustentadas y coherentes.

El ritmo cansino y sutil que impone Macneill sirve para sopesar tanto el sometimiento al que estaban condenadas las mujeres durante el período como el mismo fariseísmo social, con una mascarada de rectitud que esconde conductas cotidianas aborrecibles, y la infaltable cobardía burguesa de ejercer su sadismo contra estratos comunales o colectivos específicos juzgados dóciles e incapaces de defenderse, como las mujeres y las lesbianas (en el personaje de Stewart se suman la pobreza y un semi analfabetismo). El Asesinato de la Familia Borden es la mejor película posible considerando la cantidad de lagunas que arrastra el caso desde su génesis, un trabajo muy apuntalado además en la excelente labor de una veterana del cine independiente como Sevigny que hacía mucho tiempo no tenía una chance de brillar como la presente, ahora impartiendo justicia bajo la forma de un hacha…