El artista anónimo

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

La tradición del cine finlandés nos adentra en nombres como Aki Kaurismaki (premiado en numerosos festivales a lo largo del mundo) y Renny Harlin (exitosamente afincado en Hollywood hace décadas). En esta ocasión, el cineasta Klaus Härö se inmiscuye en el mundo de la pintura para recordarnos otras películas ambientadas en el negocio del arte y la venta de obras como “La Mejor Oferta” (Giuseppe Tornatore), también podemos citar a las nacionales “El Artista” y “Mi Obra Maestra” (ambas de la dupla Cohn-Duprat).

“El Artista Anónimo” nos cuenta la búsqueda de un viejo comerciante de arte, a punto de retirarse, quien descubre en una subasta una antigua pintura que considera original. Allí se le presenta una valiosa oportunidad para llevar a cabo una venta millonaria. Luego de este preámbulo, nos encontramos con un drama familiar emplazado en la ciudad de Helsinki, atravesado por el uso de las melodías clásicas de Vilvaldi, Rachmaninov, Handel y Mozart que van prefigurando la atmósfera y emotividad lacrimógena del conflicto vincular que aborda, desdibujando, por tramos, la quimérica búsqueda del anciano: vender una obra de arte olvidada y menospreciada a un alto costo.

Adentrándose en los turbios manejos del negocio de galeristas y exhibidores de arte, se posiciona como una inteligente reflexión sobre la industrialización en tiempos presentes de distantes vínculos humanos. La historia del arte está hecha de contradicciones, acaso las circunstancias que rigen la producción artística actual no son la excepción. La figura del artista ha ido evolucionando, sufriendo modificaciones y mutando con el trascurrir de los siglos, adaptándose al devenir de los diferentes movimientos y tendencias que conforman la historia del arte. No obstante, no ha perdido su esencia, inalterable al signo de los tiempos. Actualmente, inserto en un mundo desarrollado y capitalista, globalizado económica y culturalmente, la figura del artista se ve atrapada por un factor comercial que, con frecuencia, desprecia la tradición en su formulación clásica. Esta película, en tal sentido, resulta más que gráfica.

Subyugado por la lógica del mercado, el dinero ejerce, invariablemente, su poder. Podemos interpretar los efectos de la globalización económica como un denominador común, en búsqueda de pesquisar las relaciones emergentes entre mercado y artista, sujeto éste último al devenir contemporáneo, a riesgo de convertir su arte en mera mercancía de moda funcional a los nuevos patrones imperantes de publicidad. Contraponiendo al artista contemporáneo, no sin cierto pesimismo, como una especie de “logotipo cultural”, la antiquísima obra maestra original perdida, puesta en duda y recuperada otorga valor a la identidad del artista.

Resulta interesante la mirada que el director ejerce sobre el círculo de poder, el cual -de forma deliberada, usurpadora y pendular- somete a talentosos artistas al ignominioso anonimato o lo elevan a la inmediata celebridad, según sea conveniente. El mercado, los medios y la crítica de arte ejercen su influencia sin claudicar, constituyendo piezas esenciales del mapa del arte contemporáneo. Como mensaje final, y tejiendo una suerte de metáfora acerca del verdadero valor de la obra, resulta interesante pensar como “El Artista Anónimo” se posiciona respecto a la herencia del conocimiento de generación en generación (resulta interesante la relación y empatía que establece el inclaudicable Olavi con su nieto) y el valor afectivo, intransferible e imposible de mensurar, que una obra de arte posee.

Haciendo una analogía, también, con la tradición de mandatos sociales impuestos que intentan rescatar el valor del objeto artístico, “Al Artista Anónimo” se adivina como posible de ser interpretada como un homenaje a todos los artistas anónimos olvidados por caprichos del tiempo y el destino, sepultados bajo las máscaras de un arte vacío y esnobista que prestigia modas pasajeras en virtud de las vertiginosas y fragmentadas tendencias actuales.