El ardor

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Un auténtico hijo e’ tigre

Gael García Bernal se luce en este “western revisionado” de Pablo Fendrik, con tintes ecológicos y un aire místico que lo resignifica.

En el western, los foráneos, los de afuera llegan, polvorientos al lugar rocoso a imponer su ley.

Lo que sucede en El ardor es que no hay ley que valga, parece, y los sicarios que arriban lo hacen sudorosos, pero por el exceso de humedad de la selva misionera, y son enviados por terratenientes que quieren devastar la zona para beneficio propio.

La trama, la excusa argumental para que arranque y se desarrolle el filme, es simple. Los asesinos (tres: el jefe, un excelente Claudio Tolcachir, más Jorge Sesán y Julián Tello) son enviados por quienes desean usurpar las tierras y aniquilar a los legítimos dueños, si no firman un modelo de contrato de venta bastante espurio. Y terminan aniquilando a un campesino agricultor, y secuestrando a su hija (la brasileña Alice Braga. Kai (interpretado por Gael García Bernal, otra pata internacional y americana del proyecto), hombre de pocas palabras, que había conseguido cobijo en el lugar, parte, entonces, a su rescate.

Pero el personaje de Gael García Bernal si se parece a algo es a un samurai, y no solamente por la cuestión del honor.

La película de Pablo Fendrik, el mismo director de las potentes El asaltante y La sangre brota, es el largo enfrentamiento, hasta el esperado duelo final, en medio de la selva. Los personajes se esconden y sorprenden, ya que a diferencia del western aquí no hay lugares abiertos, sino que Fendrik aprovecha lo laberíntico del espacio selvático para crear más y más suspenso. Si en un filme de terror las apariciones son nocturnas, aquí el verde de la jungla juega en ese sentido.

El filme también puede entenderse desde su costado ecológico. Hay quienes desean usurpar para su beneficio, y quienes protegen la naturaleza, sean humanos o animales. Al filme lo recorre un aire místico, agigantado por la presencia animal enigmática, y la escasez de los diálogos, que son como la violencia del filme: secos.

Gael García Bernal luce entre misterioso e inescrutable. Hay alrededor de Kai algo de intriga como también de reserva, como si el personaje que surge de la selva fuera un ente mítico sobrehumano. El rol del héroe, que en apariencia juega con menos armas que los malvados, le sienta bien, con o sin su físico trabajado.

No hay muchos exponentes aquí del género -western revisionado, o drama ecológico con filme de acción, o como quieran definir a El ardor-, pero el ostensible esfuerzo de producción y la capacidad narrativa de Fendrik lo representa sobradamente bien.