El ardor

Crítica de Matías Orta - A Sala Llena

Pulsión. Crudeza. Tensión. Antiheroísmo. El combo que define la obra de Pablo Fendrik. Con El Asaltante y La Sangre Brota logró hacerse de un nombre en el panorama cinematográfico local y mundial, lo que le permitió recorrer los festivales más prestigiosos. El Ardor es su primera película con elenco internacional y ambientada lejos de la civilización, en un paraje selvático, donde los rodajes siempre son más complejos (si no, pregúntenle a Werner Herzog). Desafíos que el director afrontó y superó con categoría, sin sacrificar su personalidad.

Kaí (Gael García Bernal), un joven y enigmático chamán, comienza a trabajar en una plantación de tabaco. Aún siendo un individuo de pocos gestos y palabras, pronto se gana la confianza del dueño y de su hija, Vania (Alice Braga). Cuando tres mercenarios liderados por Tarquinho (Claudio Tolcachir), aparecen para reclamar deudas, asesinan al padre y secuestran a la chica, Kaí logra rescatarla y juntos deberán huir y proteger sus tierras, sin importar que el verde de la jungla quede teñido de rojo sangre.

Fendrik cuenta esta historia de supervivencia en clave de western, pero ambientado en la selva, a mil kilómetros de las leyes y de la moral, donde los conflictos se solucionan a machetazos. Es posible notar influencias de John Ford, de Howard Hawks (sobre todo, el apoteótico final); de clásicos como Shane, El Desconocido, de George Stevens; de Sergio Leone (a esta altura, el primerísimo primer plano, que encuadra el rostro desde la boca hasta los ojos, debería ser rebautizado como “Plano Leone”). Influencias para nada invasivas, ya que nunca distraen de una historia salvaje, intensa, peligrosa, como la selva misma. Además, el director recurre -sin abusar- a simbolismos y metáforas, empezando por un misterioso yaguareté que merodea en los alrededores.

Como en sus films anteriores, Fendrik consigue que el espectador se compenetre con los personajes, que viva al límite junto a ellos. Ahora es posible sentir que uno camina descalzo entre el follaje, la humedad, el peligro. Un logro que el realizador obtiene mediante un muy pensado trabajo de cámara, luz y sonido. Esta vez contó con el director de fotografía Julián Apezteguía, habitual colaborador de Israel Adrián Caetano.

Gael García Bernal, también uno de los productores del film, da una de sus actuaciones más físicas -y también más introspectivas- de su carrera; una auténtica encarnación de la pureza de la selva, capaz de compasión y de protección, pero carente de piedad con quienes amenazan lo que es suyo. Alice Braga compone a otra mujer que debe sobrevivir en territorios hostiles, como ya lo hizo en producciones tan disímiles como Ciudad de Dios y Soy Leyenda. Además, un ejemplo de versatilidad cuando se trata de roles que demandan diferentes idiomas. Un irreconocible Claudio Tolcachir encarna al villano más inquietante del cine argentino moderno, a la altura de Isidoro Gómez (Javier Godino), de El Secreto de sus Ojos. Por su parte, Jorge Sesán, como el más temible secuaz de Tarquinho, suma otro ser oscuro a su filmografía; ya quedó encasillado en papeles de sujetos rústicos e impredecibles, pero resulta imposible ver a esos personajes en otro cuerpo y alma.

El Ardor es la mejor y más ambiciosa Experiencia Fendrik. En cada plano demuestra que tiene “con qué” para ir por más, que su impronta sigue presente sin importar la envergadura del proyecto; que, en sintonía con el título, su talento no para de arder.