El árbitro

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

Con el fútbol bastaba y sobraba

A pesar de que el género deportivo, tal como decíamos acá, lleva unas cuantas décadas construyendo historias apasionantes, si hay un deporte que le ha costado abordar, en especial desde la puesta en escena, es el fútbol, probablemente por la fluidez temporal y la amplitud territorial que presenta. Pero incluso desde las concepciones éticas y morales, en cuanto al juego en equipo o el talento individual, también ha sido un objeto elusivo para el cine. Ver sino lo que ha tenido para decir el cine nacional recientemente, con un film que disfraza la trampa de virtud, como es Metegol. Por eso no deja de ser en principio auspicioso que al menos desde Italia -país apasionado por el fútbol si los hay- se lo intente hacer el centro de un relato.

Sin embargo, si hay algo que perjudica a El árbitro son las vueltas que da y las subtramas que acumula para contar lo que realmente importa, y en verdad le interesa, que es la competencia futbolera. En verdad, la historia se centra en el Atlético Pabarile, el equipo más débil de la tercera categoría sarda, humillado constantemente por el Montecrastu, un equipo cuyo líder indiscutido es un soberbio patrón de estancia. Pero claro, con el retorno de Matzutzi, un joven talento que llegó a jugar en el fútbol argentino, el Pabarile empieza a acumular un triunfo tras otro, poniendo en peligro una dinámica que parecía naturalizada e irreversible.

Ya con todo eso, el film de Paolo Zucca tendría bastantes elementos para poner en juego, pero no se conforma con eso, sino que también le dedica una buena cantidad de tiempo a Cruciani, un árbitro con ambiciones y en pleno ascenso que se verá enredado en un caso de corrupción; dos primos jugadores del Montecrastu que entran en disputa por sus concepciones enfrentadas sobre el pastoreo; y el intento de Matzutzi por retomar un antiguo romance con la hija de su entrenador. De esas subtramas, sólo la última funciona realmente, básicamente porque no quiere decir mucho sobre la ética y la moral de la sociedad italiana, sino que simplemente va construyendo un simpático vínculo romántico, con sus respectivas idas y vueltas, con algo de distanciamiento en el humor pero sin dejar de mostrar cariño por los protagonistas.

Con el resto de sus capas narrativas, El árbitro va bordeando diversos géneros y tonos -el grotesco, el drama moral, la comedia absurda, el retrato cercano al neorrealismo- de forma dispar e irregular, sin estar realmente a la altura de sus ambiciones y hasta incurriendo en metáforas visuales un tanto obvias. Sobre el final es cuando levanta más, porque se queda con el fútbol, sus códigos y su contexto pasional, elevando las cuotas de suspenso hasta alturas inesperadas y hasta consiguiendo capturar la atención del espectador a través del uso del plano secuencia, que captura el dinamismo del juego. Allí el film pareciera entender que con el fútbol ya tenía suficiente peso narrativo. En todo el metraje previo, El árbitro quiere decir muchas cosas, pero en verdad dice poco, y hasta se pierde de hablar sobre lo realmente importante, que transcurre en el campo, con veintidós tipos y una pelota.