El año del león

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

VÍNCULOS A MEDIAS

Al cine argentino todavía le falta observar y pensar el vínculo entre dos universos aparentemente disímiles como son el adulto y el infantil, que guardan puntos de conexión aún en instancias donde dan la impresión de pararse en polos opuestos. El año del León intenta saldar parte de esa cuenta pendiente, pero solo lo hace a medias, porque no encuentra un balance apropiado y estira en demasía sus mecanismos.

La ópera prima de Mercedes Laborde se centra en Flavia (Lorena Vega), quien acaba de perder a León, que fue su pareja durante ocho años. En el medio del duelo, mientras trata de adaptarse a una cotidianeidad que súbitamente tiene un vacío importante, debe quedar a cargo durante un tiempo de Lucía, la hija de León y su anterior mujer. A partir de ahí se da un choque de personalidades, pero también un encuentro entre dos personas que por caminos distintos están todavía habituándose a la ausencia y la pérdida, buscando reemplazantes o tratando de asumir que esa persona ya no está.

Hay que reconocer que Laborde elige no caer en excesos melodramáticos facilistas, trabajando los conflictos de manera progresiva y hasta evitando los estallidos, buscando un tono medido que principalmente en la primera mitad se agradece. Pero a medida que transcurren los minutos, esa apuesta también revela su lado cómodo, porque la falta de sentimentalismo termina conduciendo a un distanciamiento de las acciones y eventos que se van dando.

Pero además, va quedando en evidencia un malentendido: El año del León podrá plantearse como una película donde Lucía juega un rol casi central, pero en verdad su papel es bastante de reparto, porque lo que prima es la mirada adulta, la de Flavia, quien atraviesa un dilema existencial sobre cómo seguir adelante y hasta cómo pensarse como eventual madre. Eso no está mal, es totalmente válido –es una elección narrativa como cualquier otra- pero lo cierto es que finalmente le quita complejidad al relato, llevándolo a varios pasajes estirados y que giran en el vacío.

Lo que queda es un film donde los tiempos muertos les restan espesor a los vínculos que se entablan entre los personajes, por lo que ese camino que va recorriendo Flavia –y un poco Lucía- solo se percibe parcialmente. Y aunque la secuencia final –con una saludable dosis de sensibilidad y honestidad- parece cerrar mucho más sólidamente el planteo, la sensación que prevalece es que faltó un golpe de horno para que la película sostenga su premisa apropiadamente. El año del León es un primer paso interesante, pero aún así dubitativo.